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El playboy que se convirtió en símbolo del ascenso y caída de Argentina

Fue alto, rubio, irresistible y dueño de un Bugatti: el primer argentino global antes del marketing. Martín de Alzaga Unzué, alias Macoco, fue la encarnación del lujo y la soberbia de un país que se creía eterno. En los años veinte, mientras Europa se sacudía el polvo de la guerra, él exportaba al Viejo Mundo una postal dorada del Río de la Plata: la del joven millonario que tiraba manteca al techo… literalmente.

Un siglo después, su nombre vuelve a escena en los labios de diplomáticos y ministros argentinos que buscan explicar lo inexplicable: cómo un país que llegó a codearse con el Reino Unido y Francia terminó haciendo fila por subsidios. En Buenos Aires, los paralelismos no se buscan: se tropiezan.

Rafael Bielsa, peronista clásico y exembajador, desempolvó la figura del playboy para recordar que la riqueza argentina de comienzos del siglo XX fue más brillo que sustancia: un espejismo agrario en manos de unos pocos. En esa lectura, Macoco no era solo un dandy: era el símbolo de una clase que festejaba mientras el país nacía desigual.

Pero su eco persiste. Hoy, con Javier Milei tratando de serruchar el “Estado gordo” con su motosierra ideológica, el espejo histórico se vuelve incómodo. Bielsa advierte de una nueva tragedia: la del libertario que confunde eficiencia con demolición. Según él, el anarcocapitalismo no moderniza: pulveriza.

Al otro lado del espectro, Alejandro Finocchiaro —liberal, mileísta y exministro— usa al mismo Macoco para defender la tesis opuesta. Para él, el derroche del pasado y el estatismo posterior son caras del mismo error: el país nunca aprendió a producir sin despilfarrar ni repartir sin arruinar.

Ambos coinciden, sin quererlo, en que la historia argentina se parece demasiado a la de su playboy: nació rica, vivió de herencias, viajó por el mundo derrochando estilo… y acabó sola, sin dinero y hablando con los gatos del recuerdo.

Macoco murió en 1982, pero su epitafio sirve para cualquier argentino que haya vivido las últimas décadas:

“Solo hay una cosa más difícil que hacerse rico: mantenerse rico.”

Cien años después, la frase resuena como un tango en versión neoliberal.

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