
El Sudario de Turin, 19/04/2025
El estudio de un documento tiene credibilidad, cuando se realiza con la mente libre de opiniones, evitando falsas consideraciones que planteen dudas y den escaso valor a la información.
Esto es particularmente importante cuando se observa un objeto tal cual es el sudario de Torino, por su naturaleza y por los problemas religiosos que contiene.
El presente reportaje, está basado en estudios y exámenes realizados sobre fotografías del sudario de Torino, tomadas en 1931, ampliadas en tamaño natural, unido a notas de médicos y científicos que han escrito los resultados de sus investigaciones.
El informe que se detalla a continuación, no es un análisis de la historia del sudario de Torino, en tal sentido numerosas publicaciones ya se han ocupado del tema.
Fundamentalmente para el exámen, las improntas de la sabana fúnebre delinean un cuerpo masculino adulto de 1,80 mts de alto y 77 kilos de peso. El origen de las huellas son aún objeto de estudio, pero la mayor parte de los investigadores confirman que las manchas representan sangre.
Las imágenes de los brazos y de las piernas aparecen rígidas, dejando así suponer que ya había sobrevenido la rigidez cadavérica. Para los investigadores médicos, las diferentes huellas indican la existencia de heridas que son del máximo interés. Una parte de estas tienen características suficientes para permitir una interpretación sobre sus posibles causas.
Existen marcas que reflejan abrasiones y contusiones y otras que indican derrames de sangre de amplia cavidad. Las marcas dejadas por el uso del flagelo son el mejor ejemplo de heridas correspondientes a un modelo escolástico.
Las heridas sobre el cuerpo pueden dividirse en 5 grupos: excoriaciones sobre la piel, particularmente en la espalda, profundas perforaciones en las muñecas y análogas en los pies, heridas sobre la cabeza y heridas en el abdomen.
Las marcas sobre la piel, que se retiene hayan sido provocadas por el flagelo, aparecen sobre la parte anterior y posterior del cuerpo, pero son de mayor relieve sobre el dorso, extendiéndose desde la espalda hasta las pantorrillas. No existen heridas correspondientes en los brazos ni en los antebrazos y de este hecho es lícito deducir que los brazos fueron alzados durante la flagelación.
En el dorso, surgen hacia abajo manchas de sangre que trazan líneas tras las espaldas: cada una de las improntas están formadas por dos partes, lo que lleva a suponer que el instrumento utilizado para el flagelo fuese bífido. Las imágenes detallan hendiduras sangrantes en cada una de las zonas.
Históricamente, está comprobado que era costumbre de los romanos, flagelar con un látigo constituido de un mango y correas, en cuya extremidad, fijaban pequeños trozos de huesos o metales (flagrum taxillatum) en modo de poder arrancar pequeños trozos de carne durante la punición. Es difícil hacer una cuenta exacta del número de excoriaciones, pero son más de cien.
Como complemento del examen de heridas producidas en la espalda por flagelación, aparecen evidentes dos amplias zonas decoloradas sobre el vértice de la espalda, constituida por heridas causadas por abrasión superficial. Es probable que el elevado peso del brazo horizontal de la cruz haya sido sostenido por el dorso de la víctima y que dicho material haya producido las abrasiones sobre los omóplatos.

La mayor parte de las pinturas de inspiración religiosa, muestran la cruz portada sobre una espalda, pero de las imágenes del sudario de Torino, es posible revelar que las zonas de las abrasiones se encuentran tanto en la parte derecha como en la izquierda.
Las huellas de las manos, muestran claramente las improntas de cuatro dedos, pero no existen huellas dejadas por los pulgares. Las manos están cruzadas, la izquierda cubre la muñeca derecha. En la región de la muñeca derecha, hay una huella de sangre compuesta por otras dos distintas que provienen de una surgente central. Son manchas que forman un ángulo aproximadamente de 10 grados.
Que esta surgente no esté en la palma se demuestra fácilmente midiendo simplemente desde el lugar donde se encuentra esa marca a la punta de los dedos. La impronta está demasiado lejos para que la surgente pueda estar en las palmas de la mano.
Desde el punto de visto anatómico, es obvio que un objeto punzante como un clavo puede atravesar las palmas de las manos, pero para sostener el peso de un cuerpo no cumpliría la función de sostén, debido a las características del tejido del que están compuestas las manos, constituidas de huesos, músculos y tendones. Es más probable que los clavos hayan sido aplicados en las muñecas, porque serviría para cumplir tal función.
Por otra parte se ha demostrado que es fácil fijar un clavo entre los huesos de la muñeca, separándolos sin producir fracturas. Experimento realizado por Barbet muchos años atrás y repetido por otros estudiosos. En la muñeca derecha, por estar cubierta, no es posible ver las manchas de sangre en esta región.
También se explica que no sean visibles las improntas de los pulgares de las manos, porque si un clavo pasa entre los huesos de las muñecas, atraviesa y estimula el nervio mediano. La función motriz de éste determina la flexión de los pulgares, y al sobrevenir la rigidez cadavérica habría mantenido tal posición de flexión, sin dejar huellas sobre el sudario. Anatómicamente la muñeca esta considerada parte de la mano, y desde un punto de vista semántico no es posible distinguir si un clavo esta en la muñeca o en la mano, por que son ambos parte de la mano.
Desde el ángulo de las manchas en la muñeca, como de la dirección del escurrimiento de la sangre sobre ambos antebrazos, es posible determinar la posición aproximada de la víctima sobre la cruz. El escurrimiento de la sangre sigue la ley de gravedad y si el sujeto hubiere alargado los brazos lateralmente hasta donde las manchas aparecen verticales, la extensión quedaría en la posición de 65 grados de la línea horizontal.
La divergencia del escurrimiento de sangre es muy indicativa de dos posiciones mantenidas por la victima durante su agonía. La diferencia de angulación es de cerca diez grados y puede explicarse con el hecho que la victima elevaba el cuerpo disminuyendo el peso sobre los pies y cambiaba la posición permitiendo que el peso entero del cuerpo fuese sostenido por las muñecas.
Sobre el sudario existen dos huellas que representan los rastros dejados por los pies cubiertos de sangre. Una de estas, la huella del pie izquierdo, es una huella casi completa del pie sobre el cual se puede ver el contorno del talón y de los dedos.
En el centro hay una impronta cuadrada circundada de una pálida mancha que representa el punto donde el pie fue enclavado. La huella dejada por el pie izquierdo es mucho menos clara y no asemeja de hecho a la huella de un pie.
El examen de las pantorrillas, en la visión dorsal del sudario, muestra que la extremidad inferior derecha ha dejado una huella bien definida y en la cual es posible ver las huellas dejadas por la flagelación. Las huellas de la pantorrilla izquierda son notablemente menos nítidas. Esta constatación, junto con el hecho de que el talón izquierdo esta alzado sobre el derecho lleva a la conclusión de que existe un cierto grado de flexión a la rodilla de la pierna izquierda y que la rigidez cadavérica la ha dejado en esa posición.
Es evidente que el pie derecho se encontraba directamente en contacto con la superficie de la cruz, la pierna izquierda levemente flexionada en la rodilla, el pie rotado en modo tal que el izquierdo apoyase sobre el derecho, motivo por el cual éste quedó completamente cubierto de sangre, y el izquierdo no.
Un solo clavo fue usado para fijar la posición de los dos pies, pasando entre los huesos del metatarso. La Historia refiere que frecuentemente los crucificados vivían un largo periodo, y para acelerar su muerte se les fracturaban las piernas. Tal trauma quitaba a las victimas la posibilidad de sostenerse, produciendo cambios fisiológicos que terminaban con la asfixia y la muerte.
El cuarto grupo de heridas es el de la cabeza, en la parte frontal hay muchas huellas de sangre, una de ellas aparece como la figura de un número tres y es la frente arrugada por el dolor.
Alrededor del cráneo, en la parte posterior hay una fila de improntas de sangre y otras similares en el vértice. Sabemos perfectamente que cualquier lesión sobre el cuero cabelludo produce una elevada perdida de sangre por la lesión de los vasos lacerados. Contando todas las manchas de sangre de la cabeza, es posible deducir que se haya usado un casco de clavos como corona.
Sobre el rostro, en correspondencia a la cara, de la parte derecha y en la región de prominencia ósea hay una tumefacción que ha determinado el cierre parcial del ojo derecho, y e una ligera desviación de la nariz.
Probablemente la herida más discutida y de mayor relieve impresa sobre el sudario de Torino es aquella del tórax. Esta se encuentra situada a la derecha, con el margen más bajo interno, a dos centímetros y medio del esternón y aquella superior, y más externa a 15 centímetros del mismo. La herida recubre el área de la quinta y sexta costilla.
San Juan observó que, como resultado de una herida de lanza, de aquella herida salió “sangre y agua” y precisamente fue la emanación de sangre y agua que origino tal observación. Los primeros investigadores, incluidos Barbet y Cordiglia, retuvieron que la sangre habría brotado de la parte derecha del corazón y el agua del saco pericárdico. De este sabemos que contiene una pequeña cantidad de líquido, raramente más de 30 o 50 centímetros cúbicos. Es difícil imaginar que tal cantidad de líquido haya sido visible y separada de la sangre, saliendo del abdomen debido a una herida de lanza.
Según el profesor Robert Bucklin es común la acumulación de líquido claro en el espacio pleural. Es muy frecuente y se verifica en varias ocasiones, causado por una simple irritación de la pleura y probablemente por congestión relacionada a una insuficiencia del sistema cardiovascular. Teniendo en cuenta la posición de la victima suspendida y, en el ámbito de las probabilidades, de un cierto grado de insuficiencia cardiaca por congestión, uno de los primeros signos de este hecho es la acumulación de liquido claro en la cavidad pleural, como en el saco pericárdico.
Si la lanza aplicada sobre el abdomen penetró en la caja torácica y entró en la zona pleural, habría producido una inmediata salida de líquido claro. Si la lanza hubiese tocado la parte derecha del corazón, habría hecho correr sangre. Y la secuencia habría sido “agua y sangre”.
Es interesante observar que las primeras traducciones de los evangelios escritos en griego, indican que ésta fue la secuencia, en lugar de sangre y agua.
La teoría más aceptada de la causa de la muerte, es aquella de asfixia, relacionada con una insuficiencia del sistema cardiovascular, de shock y de dolor. La posición de la victima, la duración de la suspensión, la falta de apoyo del peso del cuerpo, todo contribuye para provocar una condición de disminución de la capacidad respiratoria, con el resultado de la insuficiencia cardiaca y la sucesiva acumulación de liquido en la cavidad del cuerpo.
Existen otras teorías conectadas a la causa de la muerte que son del todo insostenibles de un punto de vista médico y patológico. Se ha supuesto que Cristo murió de un infarto. Eso supone que existió una laceración en el músculo cardiaco con emanación de sangre en la cavidad pleural. Si se excluye el trauma, la única causa razonable de laceración cardiaca es un infarto, causado por una obstrucción de la arteria coronaria y sucesiva muerte del músculo cardiaco, provocado por la perforación de la pared del ventrículo con hemorragia pericárdica.
Para que este concepto pueda tener credibilidad, es necesario suponer que Cristo sufría de una enfermedad a la arteria coronaria. Repetidas veces se ha afirmado que cualquier estudio científico debe asumir la responsabilidad de separar el hecho concreto de la imaginación, y la emoción de la realidad.
En particular, tras las formas fantásticas en el afrontar el examen de la muerte de Cristo, va recordada la opera de John Reban, alias Kurt Berna: sus teorías han sido refutadas y descartadas por Willis.
Resumiendo, este es un resumen de los análisis de las improntas del sudario de Torino, considerado significativo desde un punto de vista científico con indicaciones de las probables causas. Correlacionado con el evento de la pasión y muerte de Cristo, está convencido el autor de ésta nota que las improntas del cuerpo del Sudario de Torino, corresponden a las del mártir que narra la Historia de Jesucristo.
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