Alea iacta est
Alea iacta est es una frase latina que tradicionalmente se traduce al italiano como “la suerte está echada”
Se trata de una frase atribuida por el historiador Svetonio a Julio César, quien la habría pronunciado antes de cruzar el rio Rubicón la noche del 10 de enero del año 49 a.C. al frente de un ejército, violando abiertamente la ley que prohibía la entrada armada dentro de las fronteras de Italia e iniciando la segunda guerra civil.
por Gerardo Cornejo Stewart
Mendoza, 01/09/2023
La economía, es la ciencia que dilucida el modo de resolver la opción de aplicar recursos escasos para fines alternativos. El ejemplo clásico que da el economista Paul Samuelson en su obra, es el dilema de gastar una suma determinada y única, sea en manteca o en cañones.
A este concepto debe agregarse otro, más técnico y que consiste en la optimización de ese recurso escaso, de modo tal que produzca más y mejores efectos sobre el universo al que se aplica. En una acotada simplificación, que no por eso es menos valedera, con esos dos conceptos, podemos dirigir la economía de una persona o la de un país, dejando las ideas más técnicas a quienes las manejan.
En este orden de pensamiento, se entiende rápidamente que si la suma de dinero es única e inelástica, de los fines alternativos sólo se puede alcanzar unos pocos, o parte de algunos, pero en ningún caso la totalidad de los objetivos. Este modo de mirar la realidad fue el que se impuso en la Argentina que sucedió a la sanción de la Constitución de 1853 y que llevó a que este país fuera el más desarrollado de toda la región y uno de los más progresistas del mundo.
Después de la experiencia con el célebre préstamo que Rivadavia obtuviera de la banca Baring Brothers; desde el sector público se impuso la modalidad de generar ahorros propios que permitieran financiar el rápido crecimiento de la obra pública que alcanzó así, niveles insospechados.
Basta observar el desarrollo inmobiliario de la capital de este país, para notar con qué realismo se impuso esta forma de proceder de los gobiernos de la llamada Generación del 80.
Todos los grandes edificios públicos y privados que asombraron al mundo de esos tiempos, mostraban una riqueza en la qué se mezclaban los mejores estilos de las capitales mundiales de aquellos años olvidados y que todavía brillan lo suficiente para que los gobiernos actuales se tienten de usurpar sus viejas glorias, imponiéndoles los nombres de sus próceres sin meritos ni virtudes.
El crédito externo al que recurria el estado era solamente para objetivos cuya urgencia no pudiera postergarse y cuyos montos no pudieran ser autofinanciados por el tesoro nacional.
Pero durante la década del 30 y especialmente a fines de la misma, empezó a aparecer un fenómeno que aunque no nuevo, si lo fue en cuanto al volumen que alcanzó. Éste fenómeno fue la corrupción que, desde la política se extendió hacia la economía en un abrir y cerrar de ojos.
La visión de un Banco Central atestado de lingotes de oro, despertó en los gobernantes sin moral, la idea de qué podían sostenerse indefinidamente en el poder, solo regalando a sus electores una parte mezquina de tanta riqueza, en tanto que sumas muchos mayores se dirigían a sus propios bolsillos.
El discutido concepto de “un hombre igual a un voto” formó el eslabón más poderoso de esta cadena que sujetó el ancla que iba a hacer fondear al país hasta que todo su casco se hubiera corroído por el herrumbre del atraso.
Del concepto:“el ahorro es la base de la riqueza“ se pasó a la idea del “subsidio a casi cualquier cosa que sedujera al elector”, con el consecuente dispendio del tesoro a niveles desoladores y qué, al tiempo qué hacia desaparecer la riqueza acumulada por los predecesores, destruía el concepto de la relación entre esfuerzo y logro. Así se subsidiaron, sin ningún plan ni estrategia, la educación, la energía, los combustibles, los servicios hasta que finalmente esta política llegó a fomentar los vicios de una población cuya hidalguía e ingenio eran ya glorias pasadas.
Ya no era necesario trabajar para no vivir miserablemente, tampoco pensar en acumular riquezas, llevar adelante proyectos personales o comunitarios. Sólo se requería acudir prontamente a los llamados partidarios, para reunirse en una plaza y aplaudir al gobernante perpetuo, al que debía votarse religiosamente y así evitar el regreso de las gotas de sudor a las frentes argentinas. Este esquema llevó a la creación de un pensamiento mágico en cuyo desarrollo podía vivirse casi sin esfuerzo y fuera de todas las leyes de la economía clásica.
Así como en la economía monetaria, la mala moneda desplaza en los mercados a la moneda buena, la doctrina demagógica sacó para siempre del tablero a los principios que habían edificado a un pais que se contó entre los mas poderosos del mundo occidental.
A este estado de situación debe agregarse la destrucción completa de la educación en Argentina.
Bajo el pensamiento poderoso de Sarmiento que había recurrido a casi cualquier esfuerzo para alcanzar sus objetivos, Argentina habia llegado a ser el país mejor alfabetizado del mundo. La excelencia llegó a ser la característica más distintiva de su política educativa y sus resultados se expresaron en la ciencia y en la cultura con estándares inalcanzables.
Construir un país es sin duda una cuestión de décadas, pero destruirlo lleva muy pocos años y así no sólo se volvió -por los resultados- a un nivel educativo cero, sino que se descendió aun mas, de manera vertiginosa, manteniendo un aparente costo alto en educación, gasto que la misma corrupción política se encargaba de desviar del presupuesto a los bolsillos de los gobernantes, en modo que el costo de la instrucción pública apareciera como un gasto importante, lo que en realidad era una mezquina suma.
Este procedimiento que llevó a empobrecer las aulas y los educadores, concluyó en que los educandos finalizaran sus estudios escribiendo con dificultad y sin tampoco comprender aquello que leían con esfuerzo.
Este negativo resultado, ha sido objeto de discusión en tanto se atribuya al mismo el de un objetivo querido o el resultado de la incapacidad de llevar adelante políticas educativas inteligentes.
Lo cierto es qué el deterioro ha llegado a niveles tales que, al analfabetismo creciente se une la incapacidad de por poder elaborar pensamientos abstractos y relacionarlos con la propia conducta y el futuro y la constante tentación de recurrir al pensamiento magico que ha derrotado a toda visión crítica de una realidad en constante empeoramiento.
Sólo con este complejo estado de cosas se entiende que los electores elijan siempre la peor de las alternativas con una constancia digna de mejores causas.
Ello ocurre porque la persona educada, dueña de un pensamiento racional, impone al análisis de su universo, la crítica de una mente que puede evaluar la realidad, en tanto que el ignorante, incapaz de efectuar tales operaciones intelectuales, solo puede actuar movido por la esperanza de que -esta vez- sea cierta la realidad magica que le promete el inescrupuloso demagogo.
El regreso a una economía racional es por lo tanto en estos tiempos y en Argentina una tarea de no poca dificultad. Más, si se tiene en cuenta que el populismo -que ha medrado en los últimos 70 años de éste estado de circunstancias, al que ha contribuido decididamente a crear- es por definición un acendrado enemigo de las democracias reales y de las instituciones republicanas y que se encuentra siempre dispuesto a favorecer las asonadas que faciliten la salida de sus adversarios del poder.
De esta difícil encrucijada saldrá la nación que busque recuperar con esfuerzo los valores económicos y morales perdidos o una mala copia de paises como Cuba, Nicaragua o Venezuela, cautivos sin esperanza de los cantos de sirena del nuevo marxismo post moderno.
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