Cuando los reflectores del mundo todavía iluminan el acuerdo de alto el fuego en Gaza y la liberación de 20 rehenes israelíes, Donald Trump ya prepara el siguiente acto de su gira global por la paz: Ucrania. Y en el guion del presidente estadounidense, la paz ahora vendría acompañada de misiles Tomahawk de largo alcance, “para convencer” a Vladimir Putin de sentarse a negociar. En Washington lo llaman estrategia; en Moscú, provocación; en Europa, nerviosismo creciente.
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De “pacificador” a “intermediario con amenazas”
En su reciente visita a Israel, Trump fue recibido con aplausos en la Knéset como arquitecto de la tregua en Gaza. Apenas horas después, ya en Egipto para sellar la primera fase del acuerdo de paz en Medio Oriente, el presidente lanzó su próximo objetivo global: “Ahora pongamos fin a la guerra en Ucrania”. Hasta ahí, diplomacia clásica. Lo novedoso vino después: condicionó el diálogo con Rusia a la amenaza explícita de enviar misiles Tomahawk a Kiev “si Putin no afloja”.
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El Tomahawk como argumento
Los Tomahawk no son un detalle menor. Misiles de crucero con un alcance de 1.500 millas, capaces de golpear objetivos estratégicos con precisión quirúrgica. En otras palabras, el arma perfecta para obligar a alguien a conversar. Al menos según Trump, que lo definió así en el vuelo hacia Israel: “Si esta guerra no se va a resolver, enviaré los Tomahawks”. Paz a través de la fuerza, versión 2.0.
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Zelensky, de espectador a socio táctico
Volodymyr Zelensky, siempre pragmático, captó el cambio de viento en Washington y se alineó al instante. Rumbo a la Casa Blanca este viernes, declaró que el Tomahawk “podría llevar a Putin a la mesa de negociaciones”. Un modo elegante de decir que Ucrania ve en esas armas una oportunidad para recuperar iniciativa en el campo de batalla. O al menos alterar la percepción del equilibrio militar.
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Más presión militar disfrazada de diplomacia
Mientras se discuten “visiones de paz”, la cooperación militar entre Estados Unidos y Ucrania aumentó silenciosamente. Trump intensificó el flujo de inteligencia hacia Kiev para atacar infraestructura rusa. El objetivo: erosionar la economía de Moscú golpeando centros energéticos y logísticos. La narrativa oficial insiste en que todo esto es para incentivar el diálogo. Nadie aclaró todavía qué clase de negociación comienza con explosiones.
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Moscú mira, gruñe y advierte
La reacción del Kremlin llegó rápido. Dmitry Peskov calificó el posible envío de Tomahawks como “un paso de agresión extrema” que pondría en riesgo las relaciones con Estados Unidos. Más aún: advirtió que Rusia no podría saber si los misiles llevan carga nuclear. Traducción: “si los lanzan, no garantizamos que no haya respuesta nuclear”. Un recordatorio oportuno de que cuando Washington juega al ajedrez, Moscú sigue mirando el tablero como si fuera artillería.
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Biden nunca quiso cruzar esta línea
Lo que Joe Biden rechazó durante dos años –enviar misiles Tomahawk a Ucrania para no desatar una escalada directa con Rusia– Trump lo pone ahora en la mesa como ficha política. “Es un nuevo paso de agresión”, dijo él mismo. La paradoja es fascinante: define como agresión su propio plan de paz. Y aun así sigue vendiéndose como interlocutor razonable entre Kiev y Moscú.
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Una cumbre que lo empuja hacia Europa del Este
El espaldarazo en la cumbre de Sharm El-Sheikh fue clave. Tras reunir a líderes árabes y europeos para el acuerdo de Gaza, Trump se sintió legitimado para ir más lejos. Si logró coordinar con Egipto, Israel, Catar e incluso Turquía en Medio Oriente, ¿por qué no intentarlo con Rusia y Ucrania? La respuesta es sencilla: porque Putin no es Hamás, Ucrania no es Gaza y Europa no es el Golfo.
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Ucrania aplaude, pero con dudas
Kiev celebró el impulso diplomático estadounidense. Pero nadie en Ucrania es ingenuo: saben que Trump quiere resultados rápidos para capitalizar políticamente. Y la paz en Ucrania no es una foto: es un laberinto de territorios ocupados, crimen de agresión, acuerdos rotos, sanciones y memoria histórica. Las guerras se detienen; los odios no.
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Putin calla… por ahora
Intrigante detalle: ni Putin ni sus ministros criticaron directamente a Trump. Moscú lo trata con guantes de seda. Lo ven como impredecible, sí, pero también como su única vía para un acuerdo que preserve algo de poder ruso. No quieren cerrarle la puerta. Al menos no todavía.
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Paz o ultimátum
Trump presenta todo esto como parte de su misión moral: “Terminar con las guerras del mundo”. En menos de 9 meses en la Casa Blanca, asegura haber frenado ocho conflictos. ¿Por qué no uno más? La respuesta es que esta vez no ofrece mediación, sino ultimátum: negociación bajo amenaza. Algo así como “paz firmada… o firmada”.
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¿El misil que firmará un acuerdo?
Para Washington, el Tomahawk es un disuasivo. Para Kiev, una herramienta estratégica. Para Moscú, un casus belli. En política exterior, eso se llama apuesta de alto riesgo. En política interna estadounidense, se llama campaña permanente.
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El mapa cambia otra vez
El mundo todavía no asimila el acuerdo de Gaza y ya se encuentra frente a una reedición tensa de la Guerra Fría. Trump quiere sentar a Putin y Zelensky en la misma mesa usando un misil como centro de mesa. ¿Diplomacia creativa? ¿O extorsión geopolítica? En todo caso, la doctrina Trump queda clara: primero el misil, luego la palabra.
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