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El camino que sube y el que baja

ElCanillita.info
Argentina, 27/05/2025
“El camino que sube y el que baja son uno y el mismo.” —Heráclito

I. El Liceo, la patria y la brújula extraviada
Crecí entre banderas. No de las que se levantan para conquistar, sino de las que se izan cada mañana con la solemnidad de quien cree en algo más grande.

El Liceo Militar no era un cuartel: era una escuela de convicciones, y también de silencios. Nos enseñaban que la Patria se defendía con coraje, pero también con principios. Y sin embargo, entre clases de historia y marchas en formación, flotaba una pregunta sin respuesta: ¿Por qué nuestro país se debatía en la ambigüedad?

Un día, la hice. Y mi profesor, citando a Heráclito, me desarmó con una frase que me acompaña desde entonces: “Hay un camino que sube y otro que baja; son dos y es el mismo. Solo la conciencia puede distinguirlos.”

II. Prisión sin juicio: la pendiente resbaladiza
Hoy, esa ambigüedad ha dejado de ser una duda adolescente para convertirse en una injusticia adulta. Hay militares —algunos con años de servicio, otros de dudosa actuación— que llevan décadas en prisión preventiva. No han sido condenados, pero ya han sido castigados. En una república, eso no se llama justicia: se llama venganza burocrática.

No se trata de defender crímenes ni de justificar el pasado. Se trata de exigir, para todos, lo mismo que exigimos para nosotros: debido proceso, juicio justo y dignidad legal. Nadie debe quedar fuera del contrato democrático, ni siquiera aquellos cuya historia incomoda.

Cuando la prisión preventiva se transforma en una pena encubierta, no es solo el detenido quien pierde: pierde también la democracia que finge no ver.

III. Conciencia y papel arrugado
Entre los papeles arrugados de la historia, muchos confunden memoria con revancha y justicia con escarmiento. Pero hay una diferencia abismal entre recordar y revivir. Una sociedad que no distingue entre castigar y procesar, termina adoptando la lógica del enemigo.

Hoy más que nunca necesitamos una brújula ética, no ideológica. Una que no se oxide con la política del día, ni con los discursos de ocasión. Una que pueda mirar al pasado sin repetirlo, y al futuro sin temor.

Porque el polvo de la hoja a veces queda suspendido. Pero el papel del caramelo arrugado —ese que uno guarda en el bolsillo— puede tener todavía sabor si lo abrimos con cuidado.

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