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Argentina ante una imposibilidad metafísica

ElCanillita.info, 21/11/2023
Argentina, atrapada en las devastadoras garras de la hiperinflación, el desempleo, la economía sumergida y la pobreza galopante, el “pueblo soberano” ha hecho su elección. Y entre el (in)seguro populismo habitual y el populismo de alto riesgo, ha optado por el segundo. Y aquí, como en todos los demás numerosos éxitos neopopulistas, los progresistas no deberían contentarse con un encogimiento de hombros preparatorio para atrincherarse en la fortaleza de sus certezas que, entretanto, ha llegado a parecerse cada vez más a una Fortaleza Bastiani rodeada por el desierto (de votantes) y asediada por el poderoso Reino del Norte(est). Y no basta, ni conviene, tachar a los políticos populistas de “feos, sucios y malos”, adormeciéndolos en una narrativa autoconsoladora.

En este caso, es muy probable que Milei se haya visto recompensado en una lógica de “novedad” por la que, entre la novedad y el original decepcionante, se prefiere apostar por lo desconocido, confiando en la esperanza (a menudo equivocada…) de sorprenderse positivamente. Tanto más cuanto que el economista, siguiendo un formato narrativo despoblado en la derecha desde el reaganismo (reaganomics: contracción de Ronald Reagan y economía) , ha sabido presentarse como un outsider. Un paradigma comunicativo, el del “under dog” y el “hijo de un dios menor”, que, salvo raras excepciones, no se corresponde con la verdad de los candidatos neopopulistas de élites de diversa índole, pero que logra imponerse con frecuencia en campaña electoral, frente a una izquierda que con la misma frecuencia es percibida como “anticuada y desfasada”, y gobernada por castas de privilegiados. En otras palabras, ese marco del pueblo opuesto al establishment del que los populistas de derechas son colocadores exagerados y muy convincentes. La cuestión es que la izquierda no sabe (o no quiere) hacer mucho para contrarrestarlo adecuadamente. Y así se encuentra sumida en un clima de opinión dominado por el subjetivismo del juicio de individuos que no quieren ser “aleccionados” por nadie y que, en la era de la horizontalización, tienen dificultades para reconocer la credibilidad de los portadores de conocimientos especializados, dispuestos a desestimarlos y repudiarlos por razones diversas. Empezando precisamente por el hecho de que, en una época de liquidez absoluta, la única certeza (y coraza cognitiva) a la que nos aferramos coincide con nuestra opinión personal, de ahí el rechazo de tantos a votar a quienes consideran poco interesados en escucharles e imbuidos del “síndrome de los mejores”, como se consideran precisamente tantos miembros de los grupos dirigentes de la izquierda.

Es, en cierto modo, el resurgir en salsa posmoderna de la revuelta de las masas de Ortega y Gasset, aunque las masas ya no estén ahí -o, tal vez, hayan vuelto a estarlo a la luz de la progresiva desaparición de las clases medias-. Así, mientras la clase media se adelgaza cada vez más inexorable y trágicamente (porque sin ella no hay democracias liberales ni sociedades abiertas duraderas, como nos recuerda Paul Krugman), los que se ven arrojados de nuevo al infierno de la relegación social pasan a alimentar enjambres digitales y turbas antipolíticas llenas de rabia y resentimiento. Pero la izquierda no sabe por dónde tirar, y sigue sin encontrar el quid de la cuestión…

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