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El proyecto de Draghi ha fracasado

Estaba claro que el proyecto de Draghi pretendía llevar a cabo una transformación de la economía del país. Recibiría enormes subvenciones de sus vecinos. Un primer ministro tecnócrata reformaría su moribunda economía. E Italia saldría por fin del ciclo de bajo crecimiento y alto endeudamiento en el que se encuentra atrapada desde la creación del euro a principios de siglo.

Cuando Mario Draghi fue nombrado Primer Ministro en 2020, la Unión Europea se comprometió a destinar enormes sumas para que su economía alcanzara por fin los niveles de competitividad de Alemania o Francia. Para ser justos, se trataba de un plan, y si todo hubiera encajado, habría al menos una posibilidad de que funcionara.

Pero, sujétense. Ahora mismo, se está desmoronando. Draghi está a punto de ser desalojado del poder, y el sistema político está volviendo al estancamiento de las disputas que lo han asolado durante décadas. La inflación se está disparando, el crecimiento se ha hundido, los rendimientos de los bonos están subiendo, y con el país casi tan dependiente del gas ruso como Alemania, la situación va a empeorar mucho en lo que queda de año.

En realidad, la apuesta de Draghi de 200.000 millones de euros ha fracasado. Y a raíz de ello, los mercados volverán a plantear la misma pregunta que se han hecho durante la última década o más. ¿Puede este país sobrevivir realmente en una unión monetaria con Alemania, Francia y los Países Bajos?

La política italiana está a punto de ser tan complicada como la versión argentina (… quizás no tan disparatada). Este fin de semana, el gobierno de Mario Draghi se tambalea al borde del colapso. El ex presidente del Banco Central Europeo ya ha presentado su dimisión.

Hasta ahora ha sido rechazada por el presidente de Italia. Pero sin una mayoría en el Parlamento para sus planes de lucha contra la inflación, y en medio de las demandas de asumir más deuda para subsidiar a los hogares en dificultades, es difícil ver cómo puede aferrarse mucho más tiempo. En el mejor de los casos, seguirá rengueando hasta las elecciones del año que viene, pero sólo como un pato rengo, despojado de cualquier poder real.

Es cierto que la política italiana es a menudo caótica. Pero si se da un paso atrás y se observa el panorama general, queda claro que el proyecto de Draghi estaba destinado a lograr una transformación de la economía del país, y a asegurar finalmente su lugar en la moneda única. Después de instalar a Draghi en el poder en febrero del año pasado, la Unión Europea finalmente reunió la voluntad política para dar al país la ayuda que necesitaba para salir de la trampa de bajo crecimiento y alta deuda en la que ha estado encerrado durante veinte años.

Del enorme Fondo de Recuperación del Coronavirus, financiado en gran parte por la primera deuda emitida en común por la Unión Europea, Italia recibió la mayor parte con diferencia. Recibió 220.000 millones de euros, a pesar de que sólo es el tercer país de la zona y no fue mucho más afectado por el virus que los demás.

El propósito era claro. Draghi utilizaría el dinero para reconstruir la economía italiana y crear un mayor crecimiento que hiciera manejable su deuda. Es “el mayor paquete de recuperación de la historia de la UE e Italia recibe la mayor parte”, tuiteó la Presidenta de la UE, Ursula von der Leyen, al cerrar el acuerdo. “Estamos poniendo la fuerza de nuestra Unión al servicio de la recuperación de Italia”.

No era una idea del todo descabellada. A principios de siglo, Italia se encerró en una unión monetaria con Alemania y Francia con un tipo de cambio poco competitivo y una deuda superior al 100 % del PIB. Quedó atrapada en una austeridad permanente, matando la posibilidad de reformas y condenándola a un crecimiento lento que sólo aumentaba la carga de la deuda. Era el más vicioso de los círculos viciosos. Con algo de dinero para jugar, Draghi planeó racionalizar un sector público hinchado, invertir en tecnología y desmantelar las barreras a las empresas. ¿El resultado? Italia tendría un crecimiento permanentemente mayor, reduciendo constantemente la deuda como porcentaje del PIB.

Y, sin embargo, ahora mismo los resultados son pésimos. La inflación se ha disparado, como en todo el continente. El crecimiento se ha estancado, y la recesión parece ahora inevitable a medida que toda la economía mundial se ralentiza. Y lo que es peor, Italia es el país, después de Alemania, que más depende del gas ruso para mantener las luces encendidas (representaba el 40 por ciento de su energía antes de que comenzara la guerra de Ucrania).

Si los gasoductos se cortan durante el invierno, como es muy probable, tendrá que empezar a racionar la energía, e incluso si no lo hacen, los precios más altos de la energía acabarán con la competitividad de las industrias italianas, que para empezar no estaban en buena forma.

Además, el aumento de los tipos de interés en Europa, que se espera que el BCE empiece a subir a finales de este mes, hará que el coste del servicio de sus enormes deudas sea aún mayor. Si se suma todo esto, en lugar de embarcarse en una transformación de su economía, Italia está tropezando directamente con otra crisis. La apuesta de 220.000 millones de euros pagada por sus socios en la UE ya ha fracasado.

Italia tiene ahora una deuda mucho más alta como porcentaje del PIB que la que tenía durante la última crisis de la eurozona hace una década: 150pc contra 125pc. Está atascada con el mismo crecimiento miserable y el mismo sistema político disfuncional que obstaculiza el crecimiento y bloquea las reformas.

El BCE está a punto de poner en marcha un extraño “mecanismo de protección de la transmisión” para evitar que los rendimientos de los bonos italianos suban demasiado. Pero si funciona en la práctica, o incluso en la teoría, nadie tiene una idea real, e incluso si lo hace es simplemente tirar más dinero impreso para prevenir una ruptura en la unión monetaria disfuncional de Europa.

En realidad, el plan maestro de Draghi era la última oportunidad de Italia para liberarse de sus deudas y poner la economía del país de nuevo en marcha. Fue respaldado con enormes sumas de dinero de Bruselas. Ahora que está hecho trizas, los mercados seguirán preguntándose lo mismo que hace una década. ¿Puede este país permanecer en una unión monetaria cuando no funciona? La respuesta la encontraremos en los próximos turbulentos meses.

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