El canciller Pablo Quirno parte hoy rumbo a Washington con la valija diplomática y el manual de obediencia bajo el brazo. Su misión: ajustar los últimos tornillos del acuerdo de libre comercio con Estados Unidos, ese que ya está “cerrado” según el embajador Alec Oxenford, pero al que todavía le falta el moño… y la cinta de poder.
Mientras tanto, el presidente Javier Milei decidió no asistir al G20. ¿Motivo? Coincidencia cósmica con Donald Trump, quien tampoco irá. La doctrina del espejo parece seguir en modo automático: lo que hace el modelo norteamericano, se replica en Buenos Aires con precisión de fotocopiadora.
Quirno llevará la palabra del libertario a Johannesburgo, donde la cumbre del G20 intentará discutir temas como el cambio climático, la desigualdad y el comercio justo. Tres asuntos que el ideario mileísta suele despachar con un “que se arregle el mercado”.
Lo acompañará Federico Pinedo, titular de la Unidad Ejecutora del G20, encargado de coordinar una representación sin jefe de Estado. Es decir, una delegación sin foto oficial, pero con mucha retórica.
El gesto de Milei, interpretado como señal de “alineamiento estratégico”, deja al descubierto que la política exterior argentina parece haberse mudado a un hotel de tres estrellas en la Avenida Pennsylvania.
De aquí en más, Quirno oficiará de canciller, vocero, chofer y –si hace falta– terapeuta político del libertario en Washington. Porque cuando Milei decide quedarse en casa, los demás viajan con el alma en comisión.
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