En Argentina todo tiene música, incluso el derrumbe. Las rutas nacionales —esas venas por donde circula la vida económica del país— hoy suenan como los viejos ejes de la carreta de Don Atahualpa: chirrían, avisan, protestan. Pero nadie parece dispuesto a engrasar nada. La Federación del Personal de Vialidad Nacional no habló de metáforas: habló de emergencia. Treinta mil kilómetros en estado regular, malo o directamente calamitoso. Ocho de cada diez rodando al borde del abandono.
El Gobierno insiste en su credo de “obra pública cero”, mientras la realidad, testaruda, demuestra que cero inversión equivale a cien problemas. Fabián Catanzaro, secretario gremial, describe la situación como “parálisis y vaciamiento”. Es decir: el organismo no se disolvió, pero lo están dejando evaporarse. Un fantasma con logo.
Las concesiones privadas tampoco traen alivio. Evolucionaron de “inversión privada” a “negocio subvencionado”, con financiamiento del BICE al 2% y dos años de gracia. Riesgo empresario: cero. Beneficio empresario: completo. Mientras tanto, las rutas licitadas prometen un futuro épico… de bacheo ocasional y dos repavimentaciones en veinte años. La épica del mínimo esfuerzo.
Los trabajadores, por su parte, están pagando la otra factura del ajuste. Congelación salarial por un año, protocolo disciplinario que anula el derecho de defensa y una “forma expulsiva” que ya redujo el personal en casi 20%. Los que se van no son los ñoquis: son los calificados, los que saben dónde está el pozo y cómo taparlo.
Y como si esto fuera poco, Catanzaro advierte un boomerang financiero de dimensiones patagónicas: lo que hoy se ahorra dejando que todo se arruine, mañana costará entre tres y cinco veces más rehacerlo. Matemática básica que en la Casa Rosada parece no pasar el examen de ingreso.
Las rutas más críticas no son una sorpresa: la 151 en La Pampa, la 3 al sur de Bahía Blanca, la 23, la 9, la 34, la 7 y la 8 cuando el conurbano queda atrás. Todas rutas estructurales, todas en terapia intensiva sin médico de guardia.
Gobernadores e intendentes, mientras tanto, llaman desesperados. Piden obras paralizadas, piden transitabilidad, piden no quedar aislados. La ley obliga al Estado a mantener su infraestructura, pero los amparos se acumulan como si fueran la nueva red vial paralela.
Mientras tanto, en el país real, los camiones esquivan cráteres, los autos desaceleran para no reventar suspensión y los turistas rezan para llegar vivos al próximo peaje. “Porque no engraso los ejes me llaman abandonau”, cantaba Yupanqui. Hoy, los ejes de la patria tampoco se engrasan. Pero a diferencia del maestro, acá nadie disfruta del ruido.
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