Gracias por el comentario. Fue respetuoso, directo y plantea algo que muchos piensan:
“Hay políticos delincuentes, chorros, condenados y mediocres en el Congreso hace 20 años… ¿por qué criticar a Virginia Gallardo solo porque viene del espectáculo?”
Respuesta corta: porque si normalizamos la mediocridad, Argentina no sale más del pozo.
Que existan peores no la convierte en buena. Ese argumento es el que nos hundió como país: aceptar cualquier cosa porque “ya hemos tenido cosas peores”. Así justificamos todo: la corrupción porque “roban pero hacen”, la inflación porque “al menos hay trabajo”, el desastre educativo porque “igual todos copiaban”, la inseguridad porque “no se puede vivir con miedo”. Y ahora, el analfabetismo político porque “total ya hubo chorros en el Congreso”.
Sí, es verdad lo que dice el lector: en la política argentina hemos visto de todo. Condenados, procesados, herederos de apellido, barrabravas reciclados, sindicalistas feudales, economistas que fundieron el país y vuelven como si nada. Pero precisamente por eso debe levantarse la vara, no seguir bajándola. El problema no es que Gallardo haya pasado por la televisión o por un carnaval: el problema es confundir fama con idoneidad y cámara con mérito.
No importa de dónde venga: puede ser bailarina, camionero, médico, carpintero o físico nuclear. La pregunta es otra: ¿qué aporta al Congreso? ¿Cuál es su propuesta legislativa? ¿Representa ideas o solo refleja bronca y rating? La política no es un premio a la popularidad: es un servicio público que toma decisiones que afectan la vida de millones. Para eso hace falta más que seguidores en redes y frases picantes en TV.
Que Gallardo haya “dejado sin respuesta a un político en un programa” no es mérito legislativo. Si con eso alcanza para ser diputada, entonces mañana que asuma el campeón de TikTok y pasado mañana el ganador del Bailando. Argentina ya padeció la política como espectáculo. Ahora estamos entrando en la etapa final del circo: el Congreso como casting.
No se trata de cerrar puertas a nadie. Se trata de abrir los ojos. Este país no está arruinado porque haya “gente del espectáculo” en política. Está arruinado por algo más grave: la cultura nacional de la resignación. Ese chip mental que dice: “Y bueno, podría ser peor”. Ese mismo pensamiento nos costó décadas de retroceso.
Conclusión: la crítica no es personal. Es política y es cultural. Porque mientras sigamos aplaudiendo lo mediocre con tal de no mirar al fondo del abismo, lo único que vamos a lograr es seguir cayendo.
🔥✍️ ©2025 Redacción cultural, con asistencia del Laboratorio de Realismo Callejero
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