
Zelenski lo dijo sin rodeos y con trampa incorporada: Estados Unidos quiere el retiro del Donbás, pero eso —advierte— exige un referéndum. Traducción simultánea: nadie quiere cargar con la firma final. La paz, en esta mesa, viene con cláusulas, anexos y letra chica.
Trump, fiel a su estilo inmobiliario aplicado a la geopolítica, repite que “no estamos en la guerra, sino en las negociaciones”. Una frase que suena a vendedor que no construyó el edificio, pero ya discute el precio del alquiler. París será el escenario del próximo capítulo, con Ucrania, EE. UU. y las potencias europeas sentadas a evaluar “si hay chances reales”. Si no, siempre queda la foto.
Mientras tanto, Alemania sube la apuesta simbólica. Merz invita a Trump a Berlín, como quien ofrece café antes de discutir una hipoteca impaga. Europa necesita mostrar músculo político, aunque sepa que el contrato se firma en otro despacho.
En el fondo del tablero aparece Zaporizhia, la central nuclear más grande de Europa. No es solo un tema energético: es la ficha económica clave del futuro ucraniano. Zelenski lo sabe y por eso lo negocia en paralelo, con el Tesoro estadounidense y con promesas de garantías de seguridad que todavía no tienen manual de instrucciones.
La reunión nocturna con Rubio, Hegseth, Witkoff, Kushner, el general Grynkewich y Rutte dejó una frase tranquilizadora y ambigua: habrá “una clara comprensión” de las garantías. En diplomacia, claridad suele significar que el desacuerdo todavía no tiene nombre.
Rutte, convertido en salvavidas retórico de Europa, endurece el discurso: “La seguridad de Ucrania es nuestra seguridad”. El llamado a prepararse “como nuestros padres y abuelos” suena solemne, pero también revela el miedo continental a quedar fuera del reparto de decisiones.
Ese temor se resume en una palabra que circula por Bruselas como rumor tóxico: glásnost. Una posible reconciliación estratégica entre Washington y Moscú a espaldas de la UE. Peor aún, la hipótesis de un nuevo club exclusivo —el C5— donde Europa ni siquiera figura como invitada de piedra.
Ante ese escenario, la UE juega su última carta fuerte: los activos rusos. Los 27 avanzan con el Artículo 122 para congelar de forma permanente los fondos del Banco Central ruso. Es la bazuca geoeconómica europea. El problema es que después hay que dispararla… y asumir las consecuencias legales, políticas y financieras.
Bélgica duda. Italia también. Porque congelar es fácil; usar ese dinero sin abrir una caja de Pandora jurídica es otra historia. Europa avanza, sí, pero mirando de reojo al juez, al mercado y a Washington.
Así, la paz se discute como un Excel: territorios, centrales, fondos, garantías. Todo cuantificable, todo negociable. Menos una cosa: quién se hace cargo si el acuerdo falla. Eso, como siempre, queda para el próximo referéndum.
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