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🗞️ 🪓 🏛️ Puentes dorados para un enemigo en fuga

La política argentina tiene sus códigos, pero La Libertad Avanza decidió reescribirlos con marcador violeta y punta gruesa. En Mar del Plata, Karina Milei prepara un congreso partidario que no busca suturar nada: llega para marcar territorio, medir musculatura y, de paso, enseñarle al peronismo bonaerense que los puentes dorados no siempre están hechos para volver.

El congreso, anunciado como una “gran jornada de formación”, reunirá a 746 dirigentes entre legisladores, concejales y consejeros escolares. Un número digno de una asamblea constituyente… o de una demostración de fuerza al estilo Milei: todos en fila y bien alineados, que el poder se imprime en la foto.

La sede del evento, el NH Gran Hotel Provincial, no es casual: un escenario imponente para mostrar que, tras el inesperado rebote de 14 puntos en octubre, la hermana presidencial no vino a agradecer, sino a reafirmar. Ordenar, disciplinar y anticipar las batallas legislativas que vienen: Presupuesto, Boleta Única de Papel y el redibujo administrativo de la provincia.

El cierre quedará en manos de Sebastián Pareja, el hombre que salió airoso en el reparto de bancas bonaerenses y que hoy se convierte en pieza central del engranaje libertario. Pero el fantasma que recorre el salón no tiene nombre propio: tiene iniciales. Y es Axel Kicillof.

El presidente Milei, que en el último congreso desgranó insultos con la soltura de un comediante sin filtro —“pelotudo”, “burro eunuco”, “soviético que no suma ni con un ábaco”—, optó ahora por una estrategia diferente: la indiferencia que duele más que la palabra. No invitó a Kicillof a las conversaciones con gobernadores y aseguró que sería “una pérdida de tiempo”.

Mar del Plata, en este contexto, no es solo un acto partidario: es una exhibición de poder frente a la provincia que el Gobierno nacional decidió convertir en su antagonista preferida. Un “mirá lo que tengo” político destinado a dejar claro que la confrontación no es accidente: es método.

Karina Milei sabe que para ganar una guerra primero hay que estudiar al enemigo. Y, según la vieja máxima, ofrecerle un puente dorado cuando emprenda la retirada. Pero aquí la construcción parece tener otro fin: no facilitar la fuga, sino mostrar que el adversario ya está aislado del otro lado.

Mientras tanto, el oficialismo calibra su próximo movimiento, consciente de que la política bonaerense es un terreno hostil. Un puente dorado puede ser una cortesía militar, pero también una trampa elegante. Y en Mar del Plata, el oro reluce, sí… pero las tablas chirrían.

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