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Trump abre la Casa Blanca como si fuera un showroom saudí

Donald Trump volvió a demostrar que la diplomacia tiene dos versiones: la de los manuales, y la suya, hecha de alfombras rojas, sonrisas de catálogo y un talento único para esquivar cadáveres bajo la mesa. Mohammed bin Salman llegó a la Casa Blanca en la visita más lujosa de la temporada, mientras el asesinato de Jamal Khashoggi era rebajado al nivel de accidente de tránsito. “Las cosas pasan”, resumió el presidente. Y con eso quedó archivado el periodista descuartizado.

Trump, sentado junto al heredero saudí, no ocultó su fastidio cuando un reportero osó recordar que la CIA ya había concluido quién aprobó el crimen en 2018. Con gesto paternal, ordenó cambiar de tema: nada de incomodar al invitado con “esas preguntas”. El nuevo código diplomático es simple: el protocolo manda, la ética espera en el pasillo.

La gala nocturna fue un desfile de celebridades y empresarios, desde Elon Musk hasta Cristiano Ronaldo, todos perfectamente dispuestos para celebrar la designación saudí como “aliado importante no-Otan”. Un título simbólico, sí, pero que viene con suculentas ventajas en defensa y comercio. En Washington, los símbolos también cotizan.

Mohammed bin Salman aprovechó la ocasión para reescribir el guion del 11 de septiembre: según él, Osama bin Laden orquestó los ataques para destruir la relación entre Estados Unidos y Arabia Saudita. Y si uno insiste en preguntar, según esta lógica, estaría —sin querer— cumpliendo el sueño del terrorista. La diplomacia culpó al muerto y siguió adelante.

Sobre Khashoggi, el príncipe volvió a su versión higienizada: “Fue un gran error, doloroso, pero ya mejoramos nuestros sistemas”. Una forma poética de referirse a un asesinato con desmembramiento incluido. Nada que una buena reforma administrativa no pueda resolver, parece.

Trump, por su parte, cerró filas atacando a la periodista que se atrevió a preguntar por el crimen y por el rol saudí en los ataques del 2001. “Noticias falsas”, la acusó, antes de esquivar con destreza cualquier mención al hecho de que su organización familiar acaba de anunciar cuatro acuerdos inmobiliarios en el reino. “No tengo nada que ver con eso”, dijo, como si el apellido fuera opcional.

La velada siguió con más anuncios: Arabia Saudita se uniría a los Acuerdos de Abraham sólo si hubiera un “camino claro” hacia un Estado palestino. Mientras tanto, Trump confirmaba que analizaría vender F-35 “del mismo calibre que los de Israel”. Cuando se trata de equilibrar el poder en Medio Oriente, nada como repartir juguetes idénticos a ambos niños del vecindario.

La Casa Blanca cerró la jornada con una declaración conjunta sobre energía nuclear civil, una asociación de “miles de millones” que promete décadas de cooperación. No proliferación incluida, al menos en el papel. El reloj geopolítico sigue girando, aunque algunos detalles —como un periodista descuartizado— ya no figuren en la agenda.

En resumen: alfombras rojas para el príncipe, tijeras para el pasado incómodo y un menú de lujo para quienes comprenden que en la nueva Washington las “cosas pasan”. Y se archivan. Con glamour.

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