Argentina
El Wall Street Journal tiró la piedra y la City porteña se encargó del escándalo. Según el diario, los principales bancos de Estados Unidos pusieron en el freezer el supuesto salvataje de US$ 20.000 millones que Milei venía prometiendo como si fuera la llave maestra del paraíso libertario. En criollo: la alfombra roja financiera se enrolló antes de llegar al escenario.
Los gigantes —JPMorgan, Bank of America y Citigroup— habrían decidido cerrar el piano. El megapréstamo, aquel del que se hablaba con tono de epopeya, quedó reducido a una aspirina de emergencia: un repo de US$ 5.000 millones para pagar enero y rezar por febrero. El “shock de confianza” terminó siendo un té de tilo.
La explicación es más vieja que la banca misma: sin garantías sólidas, no hay romance. Los bancos pidieron colaterales claros; el Tesoro de Trump no quiso mojarse los pies; y la Argentina llegó a la mesa con promesas, powerpoints y el eterno “mañana te confirmo”. Resultado: los privados vieron riesgo, olieron historia, y se bajaron.
En Washington, el impulsor original del plan, Scott Bessent, mira el techo y hace cuentas. En Buenos Aires, el Gobierno se aferra a la narrativa de que no es un portazo, sino “un cambio de instrumento”. Como si un repo de emergencia fuera el hermano menor musculoso del salvataje que nunca fue.
El mercado, mientras tanto, tomó el cable del WSJ como suele tomarlo: corriendo al dólar, revisando posiciones y mandando audios en pánico digno de sobremesa familiar. Cada trader leyó lo suyo. Cada tuitero gritó su parte.
Y en ese baile apareció Luis “Toto” Caputo, el ministro que habla poco pero insinúa mucho. Frente a un tuit de “El Oráculo de Trenque Lauquen”, que difundió la bomba del día, Caputo respondió un lacónico “Excelente pregunta”. Dos palabras que no confirman, no desmienten, pero sí garantizan una tormenta de interpretaciones.
La ironía es monumental: el Gobierno que presume de aprobación internacional recibe, en los hechos, un mensaje más ambiguo que un horóscopo mal traducido. No es un sí. No es un no. Es una aprobación implícita, la peor de todas: esa que deja al paciente vivo, pero con suero prestado.
El mundo financiero habló. El Gobierno sonrió. Y el país, una vez más, quedó mirando el techo, esperando que esta vez —milagros mediante— el repo no venga con manual de instrucciones en letra chica.
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