
Foto documento de dominio público
Argentina
El juez Jorge Gorini finalmente hizo lo que el Gobierno no pudo: ponerle un freno al incesante desfile en el departamento de San José 1111. No es un búnker político, dice el Tribunal. Pero tampoco un living: ahora funcionará como una sala de espera con reglamento propio, casi un consultorio odontológico, pero sin el “pase cuando lo llamen”.
La medida fue detonada por la visita simultánea de nueve economistas, un récord doméstico que ni el G20 podría imitar sin aviso previo. Gorini lo vio como “incumplimiento de condiciones”. Traducido al cristinómetro: demasiada cátedra económica para una prisión domiciliaria que ya parecía un foro de Davos en Constitución.
Las nuevas reglas son quirúrgicas: dos horas máximo, dos veces por semana y hasta tres personas. O sea, la mitad de un cumpleaños peronista y un tercio de un comité radical. A partir de ahora, reunirse con la expresidenta será un trámite con cupo: como ir a sacar turno en la AFIP pero con peor clima político.
Cristina, por su parte, contraatacó con su estilo clásico: “No es la foto… es la Economía, estúpido”. El título lo escribió en redes, pero bien podría haberlo estampado en una remera. Asegura que todo estaba autorizado y que el verdadero enojo del mileísmo es que haya habido un “modelo alternativo” circulando en su living. Una conspiración macroeconómica sin sangre, pero con mucha cafeína.
El Gobierno acusó recibo. La narrativa oficial habla de “privilegios”, “búnker paralelo” y “oposición en pantuflas”. Lo cierto es que el revuelo terminó alimentando la épica K que mejor funciona: víctima del bestiario mediático, perseguida por el poder y ahora también limitada por el reloj.
Los números agregan sal a la herida: 77 visitas en 80 días. Ni el Papa tiene esa agenda en diciembre. Entre Lula, Kicillof, Grabois, Silvio Rodríguez y Esmeralda Mitre, la prisión domiciliaria parecía más un festival multicultural que un régimen restrictivo. Faltó solamente vender entradas por Eventbrite.
El Tribunal fue claro: cualquier visita no familiar deberá pedirse como si fuera un permiso migratorio. Nombre, apellido, motivo y duración. Todo menos declaración jurada de bienes. Y si vuelve a haber desbordes, asoman nubes más pesadas: revocación de la domiciliaria.
Cristina lo sabe. Por eso su defensa se volvió más conceptual: no se discute una foto, se discute la economía. Pero lo cierto es que, en este capítulo, la economía fue apenas un detalle. Lo que realmente estalló fue la logística de un departamento convertido en sala de situación.
En la Argentina de hoy, donde un café puede costar más que un libro y un turno médico más que un vuelo, la novedad es ésta: hasta la oposición tiene límite de visitas.
Y el país entero, como siempre, mirando desde la vereda.
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