Argentina
La mala educación no es un gesto aislado, sino un estilo de gobierno. El payaso Milei y su troupe han hecho del exabrupto una política de Estado: insultar periodistas, ningunear opositores, tratar al Congreso como circo de títeres y al pueblo como masa ignorante que debería agradecer cada látigo.
El problema no es el grito en cadena nacional ni el insulto en redes. El problema es que detrás de esa mala educación hay un vacío: la incapacidad de argumentar con seriedad, de construir acuerdos, de respetar instituciones. Milei cree que la autoridad se afirma con gritos, como un chico que rompe los juguetes cuando no logra armar el rompecabezas.
Pero la educación —la verdadera— no es una cuestión de modales sino de respeto. Respeto a las ideas distintas, a los adversarios, al pueblo que se gobierna. Y cuando un presidente se comporta como bufón, la nación entera corre el riesgo de convertirse en espectáculo de feria: luces, estridencia, carcajadas… y un silencio amargo al final, cuando todos descubren que del show no queda nada.
La mala educación es contagiosa. Ya no es solo Milei: es su gabinete que aplaude, es la “casta anti-casta” que copia los modos, es el país que empieza a creer que gritar más fuerte equivale a tener razón.
En Argentina, la pedagogía del insulto reemplazó a la del ejemplo. Y eso, más que payasada, es tragedia.
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