Argentina
Hay correos que no informan: incendian. Llegan disfrazados de advertencias urgentes, apelan al apuro, a la indignación y al reenvío compulsivo. No son nuevos; la novedad es que siguen funcionando. El texto que circula sobre mezquitas, alcaldes musulmanes y “invasiones silenciosas” es apenas el último eslabón de una larga cadena donde la emoción suplanta a los hechos y la estadística se manipula sin pudor.
El problema no es discutir el vínculo entre religión, integración y políticas migratorias —debate legítimo, necesario y europeo desde hace décadas— sino reemplazarlo por un guion prefabricado que convierte a millones de personas en una amenaza monolítica. El truco es conocido: mezclar datos aislados, omitir contexto y presentar cada fenómeno como parte de un plan maestro que solo el autor del correo ha logrado descifrar.
La realidad es bastante menos épica y mucho más trabajosa. En el Reino Unido, los alcaldes mencionados fueron elegidos mediante procesos democráticos impecables. No llegaron con ejércitos ni con “mayorías silenciosas”, sino con votos. Que un ciudadano musulmán gane una alcaldía no demuestra una “invasión”: demuestra que un país plural permite que cualquiera, incluso quien profesa una fe minoritaria, pueda gobernar si convence a sus vecinos. Eso, lejos de ser un síntoma de colapso occidental, es precisamente su fortaleza.
Del otro lado, es cierto que hay países del Golfo con restricciones gravísimas a la libertad religiosa. Y es cierto que Occidente suele mirar para otro lado cuando le conviene. Pero la respuesta jamás puede ser copiar a quienes restringen derechos. La libertad religiosa —para cristianos, musulmanes, budistas o ateos— es indivisible: se defiende completa o no se defiende.
La cadena viral también ignora un detalle decisivo: las mezquitas que se construyen en Europa no “invaden”, sino que reflejan que viven musulmanes europeos, con pasaporte, impuestos y vida cotidiana como cualquiera. La inmensa mayoría trabaja, estudia, vota, monta negocios y cruza los mismos semáforos que todos. Reducirlos a un bloque homogéneo presto a apoyar el terrorismo es, además de falso, una forma barata de fabricar enemigos desde la comodidad del teclado.
Argentina puede —y debe— discutir sus políticas migratorias. De hecho, siempre lo hizo, con mayor o menor acierto. Pero caer en el “ni una mezquita más” es cruzar una línea peligrosa: la que convierte una religión en sospechosa por defecto. Cuando un Estado empieza a prohibir templos por identidad religiosa, deja de ser un Estado de derecho: pasa a ser otra cosa.
Que haya radicalismos islámicos, claro que los hay; como los hay cristianos, judíos, nacionalistas, laicos y de cualquier etiqueta humana. Lo que diferencia a una sociedad democrática no es la ausencia de extremistas, sino cómo decide tratarlos. Y aquí hay un método probado: leyes claras, seguridad profesional, integración inteligente y cero tolerancia al delito, venga de quien venga.
Lo difícil —y lo noble— es resistir la tentación del simplismo. Porque lo verdaderamente “silencioso” no es ninguna invasión: es el modo en que los miedos, si no se los discute con datos y serenidad, terminan escribiendo la política en lugar de la razón.
✍️ ©2025 Redacción cultural, con asistencia del Laboratorio de Realismo Callejero
©️2025 Guzzo Photos & Graphic Publications – All Rights Reserved – Copyright ©️ 2025 SalaStampa.eu, world press service – Guzzo Photos & Graphic Publications – Registro Editori e Stampatori n. 1441 Turin, Italy



