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La República Peronista

Juan Domingo Perón saluda a una mujer, Congreso de la Federación de Obreros y Empleados Telefónicos y de la Federación Argentina de Trabajadores de la Industria Fideera y Afines en la CGT, 16/03/1955
Juan Domingo Perón saluda junto a un fraile y un prelado, San Lorenzo, 03/02/1950

De cuanto resulta, la persona de Perón era una confluencia de inquietudes, aspiraciones, esperanzas vagas y diversas, a veces incluso contradictorias, pero de las que él se convertía hábilmente en intérprete y abanderado.

Nada es más difícil para los políticos que hablar claro, y Perón aprovechó astutamente la confusión de ideas, dándoles apariencia de claridad, y a veces incluso de evidencia.

En primer lugar, el pueblo creyó encontrar en el coronel a su heraldo y paladín del nacionalismo. Sentimiento muy extendido entre los argentinos, inquieto, celoso, turbio, que después de haber sido dirigido en el período de las luchas independentistas contra España, lo apuntó como blanco principal a los Estados Unidos.

La educación escolar, con la exaltación hagiográfica de los próceres de la patria, las ceremonias diarias de izado de banderas en las escuelas, el culto a las imágenes patrióticas y los himnos, contribuyeron a reforzar este sentimiento. Al ensalzar la argentinidad, prometiendo la recuperación o rescate de los bienes y servicios públicos poseídos o gestionados por empresas extranjeras, Perón compró la simpatía de los diversos movimientos nacionalistas, transformandolos en número de adeptos, ruidosos y violentos. La Alianza Nacionalista Liberadora, era una especie de tropa de asalto fanática y maníaca, una punta de lanza, como es hoy la Campora.

Cabe señalar que este nacionalismo receloso e intransigente, también se volvió contra algunos de los ‘padres de la patria tradicionalmente ensalzados en escuelas y ceremonias públicas, en primera línea contra Sarmiento, pedagogo, iluminista, masón, feroz opositor durante décadas del dictador Rosas y admirador de la cultura europea, en contraste con la barbarie de los caudillos de las provincias del interior, y en particular del más insurgente de ellos, Facundo Quiroga.

A la exaltación del “progreso”, de la ilustración, de la benéfica inmigración europea, se contraponía la idealización del gaucho como guerrero caballeresco, imbuido de profunda sabiduría, frente al inmigrante -el gringo- astuto y mezquino.

Esto quedó patente en el hermoso poema Martín Fierro (1872) de José Hernández, uno de los libros fundamentales para entender Argentina. Y a estos lamentos sentimentales, algunos escritores, Leoplodo Lugones entre los más conocidos, agregaron la acusación de que la oligarquía citadina había traicionado el desarrollo de la industrialización nacional, que se estaba produciendo a partir de la artesanía de las provincias del interior, abriendo en cambio los puertos y las puertas a las manufacturas extranjeras.

Tesis por cierto muy discutible, porque toda economía parte de la fase agrícola, y en una Argentina con dos o tres millones de habitantes de entonces, la artesanía local, sin la ayuda de capitales y técnicos del exterior, hubiera tenido pocas posibilidades de desarrollo. Es un hecho que el gran salto de la nación argentina se produjo después de la caída de Rosas en 1852, con la afluencia de trabajadores y capitales del exterior.

Después del nacionalismo, otra aspiración que creyó encontrar en Perón un apóstol y un realizador, fue la de la modernización del país. Especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, en Argentina se podía apreciar el gran desfase existente entre el desarrollo nacional en población, en riqueza, en multiplicidad de relaciones sociales, económicas y técnicas, y las estructuras administrativas.

El código civil seguía regulando la propiedad desde un punto de vista predominantemente rural; faltaban buenas escuelas técnicas, los proyectos de presas y centrales hidroeléctricas para hacer frente a la sequía quedaban a menudo sin ejecutar, no se había pensado en desarrollar el turismo, a pesar de la gran belleza natural del Iguazú y de los lagos del sur, las tres compañías ferroviarias habían adoptado tres anchos de vía diferentes, los considerables recursos petrolíferos del país no podían explotarse de forma adecuada, tampoco el gas.

Cualquiera que haya vivido en la República Peronista ha observado el flagrante desequilibrio entre sus extraordinarias posibilidades y su organización política y económica.

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