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Corresponsal de prensa en Rusia, Nataliya Vasilyeva huyó del régimen autocrático de Vladimir Putin tras la guerra de Ucrania.

Nataliya Vasilyeva es detenida en Moscú por informar sobre la guerra de Ucrania, antes de huir del país

La inminente condena de Rusia por la censura y las sanciones no me dejó otra opción que huir. Mientras hacía cola en un cajero automático con otra docena de rusos desorientados en Tiflis (Georgia), un lugareño se detuvo, nos silbó y gritó: “¡Buque de guerra ruso, váyanse a la mierda! Rusos, váyanse a la mierda”.

Inmediatamente reconocimos la cita del buque de guerra, pronunciada por primera vez por un grupo de guardias fronterizos ucranianos, al negarse a entregar una isla el primer día de la invasión rusa. Desde entonces se ha convertido en un grito de guerra contra Moscú.

Desde que comenzó la invasión, hace casi dos semanas, más de 1,5 millones de ucranianos han huido a Europa central y a otros lugares en una desesperada huida de las bombas rusas.

Pero decenas de miles de rusos -la mayoría de ellos bien educados, urbanos y con una perspectiva internacional- han huido ahora del régimen de Vladimir Putin y de lo que parece ser un inminente nuevo Telón de Acero.

Ya sea en Ereván (Armenia), Bujara (Uzbekistán) o Estambul (Turquía), el destino es lo de menos. Aunque algunos lugareños son poco acogedores con los recién llegados, muchos rusos -yo incluido- sentimos que no teníamos otra opción.

Una avalancha de sanciones internacionales amenaza con sumir a millones de personas en la pobreza y convertir a Rusia en un paria internacional al mismo nivel que Corea del Norte. Una nueva y draconiana ley, por la que cualquiera que contradiga la línea oficial del Kremlin sobre el conflicto puede ser condenado a 15 años de cárcel, ha provocado un éxodo de periodistas.

Los persistentes rumores sobre la inminente introducción de la ley marcial, que podría llevar al reclutamiento forzoso, han hecho que la huida sea aún más apremiante para los hombres en edad de combatir.

A los pocos días del inicio del conflicto, todos los billetes de avión para salir del país se habían agotado cuando Occidente cerró su espacio aéreo a las compañías aéreas rusas. Algunos rusos cruzaron la frontera con Europa a pie.

Yo tuve suerte y conseguí volar a Tiflis, con una escala nocturna en Estambul. En Turquía, fui a encontrarme con un amigo local en un bar de un palacio del siglo XIX, donde enseguida me topé con dos conocidos de Moscú. Trabajan, o trabajaban, en dos de las instituciones culturales más conocidas de Moscú.

Las sedes de ambas organizaciones siguen en pie en Moscú, pero todas sus operaciones han sido suspendidas. Rusia se ha vuelto demasiado tóxica para desempeñar cualquier papel en la cultura internacional.

Mis dos conocidos, hombres educados en Occidente de unos 30 años, hablaron de un miedo paralizante al pasar el control de pasaportes en Moscú. Los guardias fronterizos interrogaban a los viajeros y les exigian desbloquear sus teléfonos.

Ambos habían borrado sus chats y cualquier aplicación que pudiera haberles señalado como opositores. Uno de ellos instaló una aplicación del canal del Kremlin RT como señuelo.

“Cualquier cosa que digas es una traición en Rusia ahora mismo”, dijo uno de mis amigos.

La Rusia que conocíamos ya no existe. La Rusia de la era de la guerra de Vladimir Putin no tiene tiempo para los diseñadores, los artistas y los desarrolladores informáticos, ni para nadie que tenga una visión global.

En las calles de Estambul y Tiflis se habla de dónde ir y dónde establecerse.

La afluencia de rusos educados y desesperados por escapar se ha comparado con el éxodo de los rusos blancos que huyeron de los bolcheviques tras la Guerra Civil rusa, hace más de un siglo.

Los rusos blancos -llamados así por el Ejército Blanco antibolchevique y que contaban con el novelista Vladimir Nabokov y el compositor Igor Stravinsky entre sus miembros- se asentaron en todo el mundo, dejando tras de sí una herencia cultural duradera.

Mientras estábamos sentados en aquel club de Estambul, hablando de los pormenores de la obtención del permiso de residencia en Turquía, entró en la sala un hombre alto con gorra de béisbol y gafas de pasta. Era Kirill Serebrennikov, el director de cine y teatro más cotizado de Rusia.

Los nuevos emigrantes que conocí en Estambul y Tiflis tenían en su inmensa mayoría entre 30 y 40 años, con habilidades transferibles, ya sea en tecnología o en cine.

Al menos 25.000 rusos viajaron a Georgia sólo la semana pasada, dijo el lunes Levan Davitashvili, viceprimer ministro georgiano. Su país está abierto a esta nueva mano de obra cualificada, afirmó.

Los hoteles y pensiones de Tiflis están llenos esta semana y los rusos superan a los locales en muchos cafés y tiendas.

Cuando bajé a desayunar a mi hotel de Tiflis el domingo por la mañana, vi una habitación llena de rusos: parejas jóvenes y educadas con sus perros y niños, todos con aspecto confuso y triste.

Un piso más arriba, se oía a una mujer gritar a voz en grito, maldiciendo a Putin por haber destruido su vida.

El fin de semana, Visa y MasterCard anunciaron que suspendían sus operaciones en Rusia. Pero, en un cruel giro, resultó que la prohibición sólo afectará a quienes utilicen tarjetas emitidas en Rusia fuera del país.

El 72% de los rusos que nunca viajan al extranjero -por cierto, aproximadamente la misma proporción de rusos que apoyan a Putin- no se verá afectado. Los que han huido o quieren visitar Occidente serán castigados.

En la cola en la que nos dijeron que nos fuéramos a la mierda en Tiflis, intentábamos desesperadamente retirar dólares antes de que nuestras tarjetas bancarias se convirtieran en trozos de plástico inútiles.

El lunes lo hicieron, convirtiendo a profesionales de éxito en indigentes de la noche a la mañana, aunque espero que sólo temporalmente. Yo, por ejemplo, tuve que enfrentarme a la ira de un taxista que no pudo sacar el importe de su viaje de mi cuenta rusa, porque se había bloqueado mientras yo estaba en su coche.

Mis compatriotas en Georgia susurraban entre ellos acerca de un importante banco que pedía a los nuevos clientes rusos que firmaran un formulario en el que declaraban que se oponían a la agresión del Kremlin en Ucrania, así como a la ocupación por parte de Moscú de las repúblicas separatistas de Georgia, Osetia del Sur y Abjasia.

Una sucursal central de ese banco fue asediada por hombres y mujeres rusos ansiosos por compilar los formularios ni bien abrieron el lunes por la mañana.

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