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Padre nuestro que estás en el cielo… salvanos del comunismo

Conferencia sobre la carta encíclica “Fratelli tutti” del Papa Francisco sobre la fraternidad y la amistad social, 04.10.2020.

1. Aun para el observador menos atento, una pregunta se le hace ineludible frente a esta Encíclica: ¿qué espacio y consideración encuentra la fraternidad en las relaciones internacionales? Quienes están atentos al desarrollo de las relaciones a nivel mundial esperarían una respuesta en términos de proclamaciones, normativas, estadísticas y tal vez incluso acciones. Si, por otra parte, nos dejamos guiar por el Papa Francisco en la constatación de los hechos y situaciones, la respuesta es otra: “La sociedad mundial tiene serias fallas estructurales que no se resuelven con parches o soluciones rápidas meramente ocasionales” (FT, 179).

La Encíclica no se limita a considerar la fraternidad como un instrumento o un deseo, sino que esboza una cultura de la fraternidad para aplicar a las relaciones internacionales. Ciertamente, una cultura: es la imagen de una disciplina que tiene desarrollado un método y un objetivo.

En cuanto al método. La fraternidad no es una tendencia o moda que se desarrolla a lo largo del tiempo o en un tiempo; se trata más bien de la manifestación de actos concretos. La Encíclica nos recuerda la integración entre los países, la primacía de las normas sobre la fuerza, el desarrollo y la cooperación económica y, sobre todo, el instrumento del diálogo visto no como un analgésico o para “parches” ocasionales, sino como un arma con un potencial destructivo muy superior a cualquier otra. De hecho, si a través de las armas la guerra destruye vidas humanas, el medio ambiente, la esperanza, hasta el punto de extinguir el futuro de las personas y las comunidades, el diálogo destruye las barreras del corazón y la mente, abre espacios para el perdón, favorece la reconciliación. Por el contrario, es el instrumento que la justicia necesita para afirmarse según su significado y efecto más auténticos. ¡Cuánto ha permitido la ausencia de diálogo que las relaciones internacionales se deterioren o se apoyen en el peso del poder, en los resultados de los enfrentamientos y demostraciones de fuerza! Por otra parte, el diálogo, especialmente cuando es “persistente y corajudo no es noticia como los desencuentros y los conflictos, pero ayuda discretamente al mundo a vivir mejor, mucho más de lo que podamos darnos cuenta” (FT, 198). Es cierto también que si se observan los acontecimientos internacionales, el diálogo también cobra sus víctimas. Son los que no responden a la lógica del conflicto a toda costa o son considerados ingenuos e inexpertos sólo porque tienen el valor de superar los intereses inmediatos y parciales de las realidades individuales, y corren el riesgo de olvidar la visión de conjunto. Esa visión que avanza y continúa a lo largo del tiempo. El diálogo exige paciencia y se acerca al martirio, por lo que la Encíclica lo evoca como un instrumento de fraternidad, un medio que hace que quienes entablan el diálogo sean diferentes de aquellas “personas con funciones importantes en la sociedad, que no tenían en el corazón el amor por el bien común” (FT, 63).

Llegamos entonces al objetivo. La historia, pero también las visiones religiosas y los diferentes caminos de espiritualidad hablan de la fraternidad y describen su belleza y sus efectos, pero a menudo los vinculan a un camino lento y difícil, casi una dimensión ideal detrás de la cual se transmiten impulsos de reforma o procesos revolucionarios. También surge la tentación constante de limitar la fraternidad a un nivel de madurez individual, capaz de involucrar sólo a aquellos que comparten el mismo camino. El objetivo, según la Encíclica, es más bien un camino ascendente determinado por esa sana subsidiariedad que, partiendo de la persona, se amplía para abarcar las dimensiones familiar, social y estatal hasta la comunidad internacional. Por eso, recuerda Francisco, para hacer de la fraternidad un instrumento de actuación en las relaciones internacionales: “es necesario fomentar no únicamente una mística de la fraternidad sino al mismo tiempo una organización mundial más eficiente para ayudar a resolver los problemas acuciantes” (FT, 165).

2. Explicada de esta forma —con su método y su objetivo— la fraternidad puede contribuir a la renovación de los principios que presiden la vida internacional o ser capaz de poner de manifiesto las vías necesarias para hacer frente a los nuevos desafíos y conducir a la pluralidad de actores que trabajan a nivel mundial para responder a las necesidades de la familia humana. Se trata de actores cuya responsabilidad en términos de política y soluciones compartidas es crucial, especialmente cuando se enfrentan a la realidad de la guerra, el hambre, el subdesarrollo, la destrucción de la casa común y sus consecuencias. Actores conscientes de cómo la globalización, ante problemas reales y soluciones necesarias, ha manifestado, y más recientemente, sólo aspectos negativos. Para expresar esta verdad, el Papa utiliza la experiencia de la pandemia “dejó al descubierto nuestras falsas seguridades” (FT, 7), recordando la necesidad de una acción capaz de dar respuestas y no sólo de analizar los hechos. Esta acción sigue faltando y tal vez siga faltando incluso frente a los objetivos que la investigación y la ciencia alcanzan cada día. Falta porque “se evidenció la incapacidad de actuar conjuntamente. A pesar de estar hiperconectados, existía una fragmentación que volvía más difícil resolver los problemas que nos afectan a todos” (Ibíd.).

Lo que encontramos en el escenario internacional contemporáneo es la abierta contradicción entre el bien común y la capacidad de dar prioridad a los intereses de los Estados, e incluso de los Estados individuales, en la creencia de que pueden existir “zonas sin control” o la lógica de que lo que no está prohibido está permitido. El resultado es que “la multitud de los abandonados queda a merced de la posible buena voluntad de algunos” (FT, 165). Esta es la concepción opuesta a lo que propone, en cambio, la fraternidad, la idea de los intereses generales, aquellos capaces de constituir una verdadera solidaridad y de cambiar no sólo la estructura de la comunidad internacional, sino también la dinámica de la relación dentro de ella. En efecto, una vez aceptada la supremacía de estos intereses generales, la soberanía e independencia de cada Estado deja de ser un absoluto y debe someterse a “la soberanía del derecho, sabiendo que la justicia es requisito indispensable para obtener el ideal de la fraternidad universal” (FT, 173). Este proceso no es automático; más bien exige “valentía y generosidad en orden a establecer libremente determinados objetivos comunes y asegurar el cumplimiento en todo el mundo de algunas normas básicas” (FT, 174).

Según la perspectiva de Francisco, por lo tanto, la fraternidad se convierte en la forma de hacer prevalecer los compromisos asumidos según el antiguo adagio pacta sunt servanda, de respetar efectivamente la voluntad legítimamente manifestada, de resolver las controversias a través de los medios que ofrecen la diplomacia, la negociación, las instituciones multilaterales y el deseo más amplio de lograr “un bien común realmente universal y la protección de los Estados más débiles” (Ibíd.).

No falta, a este respecto, la referencia a un tema constante en la enseñanza social de la Iglesia, el de la “gobernanza” —governance, como se acostumbra a decir hoy en día— de la comunidad internacional, sus miembros y sus instituciones. El Papa Francisco, con la coherencia de todos sus predecesores, apoya la necesidad de una “forma de autoridad mundial regulada por el derecho”, pero esto no significa pensar “en una autoridad personal” (FT, 172). Ante la centralización de poderes, la fraternidad propone una función colegial en su lugar —aquí no es ajena la visión “sinodal” aplicada a la gobernanza de la Iglesia, que es la propia de Francisco— determinada por “organizaciones mundiales más eficaces, dotadas de autoridad para asegurar el bien común mundial, la erradicación del hambre y la miseria, y la defensa cierta de los derechos humanos elementales” (Ibíd.).

3. Trabajar en la realidad internacional a través de la cultura de la fraternidad exige adquirir un método y un objetivo capaces de sustituir aquellos paradigmas que ya no son capaces de responder a los desafíos y necesidades que se presentan en el camino que recorre la comunidad internacional (ciertamente con fatiga y contradicciones). De hecho, no falta una marcada preocupación por el deseo de vaciar la razón y el contenido del multilateralismo, lo cual es aún más necesario en una sociedad mundial que experimenta la fragmentación de ideas y decisiones, como expresión de un post-globalismo que avanza. Una voluntad que es el resultado de un enfoque exclusivamente pragmático, que olvida no sólo los principios y las normas, sino los numerosos gritos de auxilio que ahora parecen cada vez más constantes y complejos y, por lo tanto, también capaces de comprometer la estabilidad internacional. Y aquí están las contraposiciones y los enfrentamientos que degeneran en guerras que, debido a la complejidad de las causas que las determinan, están destinadas a continuar en el tiempo sin soluciones inmediatas y factibles. Invocar la paz es de poca utilidad. El Papa Francisco nos dice que “es muy necesario negociar y así desarrollar cauces concretos para la paz. Pero los procesos efectivos de una paz duradera son ante todo transformaciones artesanales obradas por los pueblos, donde cada ser humano puede ser un fermento eficaz con su estilo de vida cotidiana. Las grandes transformaciones no son fabricadas en escritorios o despachos” (FT, 231).

A medida que avanzamos en la Encíclica, nos sentimos llamados a asumir nuestras responsabilidades individuales y colectivas frente a las nuevas tendencias y necesidades de la escena internacional. Proclamarnos hermanos y hermanas, y hacer de la amistad social nuestro hábito, probablemente no sea suficiente. Así como ya no basta con definir las relaciones internacionales en términos de paz o seguridad, desarrollo o una referencia general al respeto de los derechos fundamentales —aunque en las últimas décadas hayan representado la razón de ser de la acción diplomática, el papel de los organismos multilaterales, la acción profética de muchas figuras, la enseñanza de las filosofías, y también caracterizado la dimensión religiosa.

El papel efectivo de la fraternidad, permítanme decir, es perturbador, porque está vinculado a nuevos conceptos que sustituyen la paz con los pacificadores, el desarrollo con los cooperantes, el respeto de los derechos con la atención a las necesidades del prójimo, ya sea una persona, un pueblo o una comunidad. La raíz teológica de la Encíclica nos dice muy claramente que gira en torno a la categoría del amor fraterno que, más allá de toda pertenencia, incluso de la identidad, es capaz de concretarse en el que “se hizo prójimo” (FT, 81). La imagen del buen samaritano está ahí como una advertencia y un modelo.

A los dirigentes de las naciones, a los diplomáticos, a los que trabajan por la paz y el desarrollo, la fraternidad les propone transformar la vida internacional de una simple coexistencia, casi necesaria, a una dimensión basada en ese sentido común de “humanidad” que ya inspira y sostiene tantas normas y estructuras internacionales, promoviendo así una coexistencia efectiva. Es la imagen de una realidad en la que prevalecen las exigencias de los pueblos y de las personas, con un aparato institucional capaz de garantizar no los intereses particulares, sino ese deseado bien común mundial (cf. FT, 257).

La fraternidad tiene como protagonista, pues, la familia humana, que en sus relaciones y diferencias camina hacia la plena unidad, pero con una visión alejada del universalismo o del compartir abstracto, como de ciertas degeneraciones de la globalización (cf. FT, 100). A través de la cultura de la fraternidad, el Papa Francisco llama a cada uno a amar al otro pueblo, a la otra nación como a la suya propia. Y así construir relaciones, normas e instituciones, abandonando el espejismo de la fuerza, el aislamiento, las visiones cerradas, las acciones egoístas y partidistas, porque “la mera suma de los intereses individuales no es capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad” (FT, 105).


Fuente: Sintesis del Boletin, Oficina de Prensa de la Santa Sede – SalaStampaEu – ElCanillita.Info – Información de dominio público

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