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Boris no escapará al próximo tsunami de desempleos

Londres, 17.06.2020 – Si el Primer Ministro piensa que los pronósticos de calamidad económica son sólo un Proyecto del Miedo, probablemente la realidad demostrará que está equivocado.

En 1982, cuando llegó el desastre financiero, el shock fue palpable porque se había esperado durante meses. El 26 de enero de ese año, el desempleo superó los tres millones desde la primera Gran depresión de los años 30. Uno de cada ocho trabajadores estaba sin trabajo.

Los periodicos del noroeste, dada la dependencia de la región de las industrias manufactureras más afectadas por las pérdidas de empleo, cada día daban noticias de una nueva calamidad.

Minas de carbón, astilleros, fábricas de automóviles, acerías fueron cerrando todas, empujados a la quiebra por su baja productividad, su militancia sindical y las importaciones baratas de competidores extranjeros, en un momento de caída de la demanda, provocada por la recesión.

Diez años antes, otro gobierno conservador se había estremecido de manera similar, cuando el total de los desempleados superó el millón por primera vez desde 1936.
El hecho de que, dentro de una década, otros dos millones de personas estaban sin trabajo, se debía a la mala gestión económica de los Laboristas durante los gobiernos de Wilson y Callaghan.

Inmediatamente se produjo el llamado “Invierno del descontento”, un período entre 1978 y 1979 caracterizado por un fuerte conflicto sindical, causado por la limitación de los salarios impuestos por el gobierno para contener la inflación. La incapacidad del gobierno para frenar las huelgas, arrojó el país al caos, condujo a una moción de desconfianza por Callaghan, que fue aprobada por un voto. Las elecciones que siguieron vieron una gran victoria conservadora dirigida por Margaret Thatcher.

Pero cuando la desocupación alcanzó la marca de los tres millones, la Sra. Thatcher quedó imputada en el banquillo de los acusados. De hecho, en la izquierda todavía se le culpa de esto.

Si no hubiera sido por la invasión argentina de las Malvinas unos meses después, habría perdido la cabeza.

¿Quién será culpado por la próxima ola de desempleo masivo? Las últimas cifras del desempleo son como una playa antes de la llegada de un tsunami, aparentemente benigna pero a punto de ser abrumadora. A pesar de las medidas tomadas para proteger los empleos, más de 600.000 personas perdieron los suyos el pasado abril y mayo. Las horas de trabajo han bajado y las vacantes se han hundido. El número de solicitantes de beneficios ha crecido a 2.8 millones, no muy lejos de la cifra verificada en 1982.

La gran diferencia ahora es que el número de empleos es mucho más alto de los que habian entonces, con muchas más mujeres en la fuerza de trabajo y millones de empleados más.

¿Y ahora.. no hay razón para ocuparse? Subvencionando empleo en lugar de desempleo, el sistema de permiso ha mantenido a millones de personas en el trabajo, si no realmente haciendo cualquier cosa. ¿Pero por cuánto tiempo más? Cuando las empresas que no pueden abrir de forma rentable probablemente despedirán a la gente. …cuando “el plan” termine éste verano.

En una reciente presentación en materia de economía, el Canciller y el Secretario de Negocios informaron al Gabinete que tres millones y medio de empleos podrían perderse en la industria de la hospitalidad si los bares y restaurantes no abren proximamente.

La revisión “formal” de esta restricción por parte de No 10 es una… afuera, ” a trabajar”. No se concluirá hasta el 4 de julio, por lo tanto, no esta lejos de marcar la diferencia entre la supervivencia y la bancarrota. Las empresas hoteleras dicen que necesitan saber los planes para el próximo martes, cuando vence el alquiler de los tres meses de julio. Si quedan atascados por el cierre de las actividades en el futuro inmediato, no volverán a abrir y se perderá el trabajo.

Esto el Gobierno lo sabe, así como sabe que muchos otros países aplican la regla de un metro y que el fundamento científico más allá de dos metros es cuestionable. Entonces, ¿por qué la prevaricación?

Una escuela de pensamiento sostiene que Boris y su equipo están paralizados por la indecisión, mientras la situación necesita lo contrario. Se están escarbando en sus talones porque sospechan que la situación es grave. El Sr. Johnson, su asesor principal Dominic Cummings, así como muchos de sus ministros, son veteranos de campañas en las que se desplegaron falsos pronósticos apocalípticos para socavar sus políticas.

El Sr. Cummings ayudó a dirigir el lobby de negocios para que la Libra Esterlina no diera espacio al ingreso del Euro en los primeros años del gobierno de Blair, cuando los partidarios advirtieron de la calamidad económica, si el Reino Unido no adheria a la unión monetaria. No obstante, la economía inglesa funcionó mejor que las de la zona Euro. Luego, durante el referéndum de 2016, lucharon contra el Proyecto del Miedo y su insistencia en que si el país votara para dejar la UE el techo se derrumbaría. Lo hizo y no lo hizo.

El número 10 no escucha a los Jeremias económicos, demostrando que se equivocaron en el pasado. ¿Cuántas veces hemos oído a Boris denunciar a los “pesimistas” que ha acusado de sufrir de histeria y alarmismo? Para alguien que ha pasado años confundiendo a los condenados, debe ser tentador pensar que todo lo que se habla de calamidad económica es exagerado. Basta observar a Estados Unidos donde el mercado laboral ha comenzado una rápida recuperación a pesar de que se habla de otra Gran Depresión.

La economía basada en los servicios, que ha crecido espectacularmente desde el colapso de la industria manufacturera y pesada en el decenio de 1980, depende de que la gente entre por las puertas de los bares y restaurantes, agolpe los teatros y las salas de concierto, se hospede en hoteles, asista a festivales y eventos deportivos, se corte el pelo y se haga las uñas, haga ejercicio en el gimnasio y viaje al extranjero en masa.

Las empresas que sustentan esas empresas y los empleos que dependen de ellas no pueden sobrevivir sin la demanda que actualmente está limitada por un distanciamiento social innecesario y un miedo exagerado al contagio.

Nuestros líderes están animados por las encuestas que muestran el continuo apoyo del público a su estrategia. Pero cuando la gente observe sus vidas dentro de unos meses, olvidarán que estaban a favor de un encierro que los destruye y desorienta. Estarán buscando a alguien a quien culpar, y sé quién deberá acomodarse en el banquillo de los acusados.

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