Según la antigua tradición, en el 333 a.C. Alejandro Magno cortó (o desató) el nudo gordiano: este intrincado nudo unía el yugo al poste de un carro frigio que se encontraba en la acrópolis de la ciudad. Una profecía local había decretado que quien pudiera desatar el nudo estaba destinado a convertirse en gobernante.