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El impuesto que huele mal

Argentina vuelve a su tradición más firme: disfrazar de preocupación ambiental lo que en realidad es pura necesidad de recaudar. La “Tasa Ambiental sobre el Metano” —que en el campo ya rebautizaron con precisión química— irrumpe como la propuesta más pintoresca del cierre legislativo bonaerense.

La diputada Lucía Klug, a días de dejar su banca, decidió dejar su legado: convertir cada eructo bovino en una oportunidad fiscal. El proyecto promete cobrarle a la ganadería su aporte al cambio climático, pero el destino del dinero recaudado es, curiosamente, un fondo para residuos urbanos. Traducido: la vaca paga por la basura de la ciudad. Ecología federal estilo argentino.

El campo reaccionó de inmediato. Productores y cámaras del sector no sabían si tomarse la iniciativa con seriedad o con antiácidos. Señalan que el texto tiene errores biológicos, métricas climáticas desactualizadas y un entusiasmo recaudatorio que roza lo experimental. Un impuesto sin base técnica, pero con una base política más que evidente.

Entre tanta espuma, la voz más clara fue la del investigador Ernesto Viglizzo, referente de primer nivel. Con calma desarmó la iniciativa en tres puntos: falencia biológica, inconsistencia fiscal y un sesgo político que disfraza ambientalismo con necesidad de caja. El debate —dice— se simplificó hasta niveles que deforman el fenómeno que se pretende regular.

El problema no es el metano: es la caricatura del metano. Se toma un proceso natural del ciclo biogénico, se lo mide con parámetros viejos y se pretende transformarlo en un pecado impositivo. Como si una vaca fuera un motor diésel con pezuñas y la pampa un estacionamiento sin medidor.

Pero cuando un impuesto entra a escena, nunca se retira. La tentación de convertir gases en pesos seduce a cualquier gobierno con agujeros fiscales. Más en Buenos Aires, donde cada problema ecológico encuentra siempre la misma solución: un nuevo timbreo tributario.

Mientras tanto, el agro hace números. Si esto avanza, no solo habrá que contratar contadores: también veterinarios especializados en declaraciones juradas de fermentación ruminal. La Argentina, laboratorio del surrealismo fiscal, suma así otro experimento inolvidable.

Y así seguimos: livianos de ideas, pesados de impuestos. No será sustentable, pero es indiscutiblemente argentino.

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