
El puente Hongqi, joya reciente de la infraestructura china y orgullo de las autoridades provinciales, duró lo que un suspiro en la historia de las megastructuras. Meses después de su apertura, un tramo entero se vino abajo como si la montaña hubiese decidido devolver la obra al remitente. Las imágenes, difundidas en masa por redes sociales, muestran losas de hormigón cayendo al vacío, polvo elevándose como un telón que cae al final de una obra que nadie pidió ver dos veces.
El derrumbe no dejó víctimas: la única buena noticia de una escena que parece salida de un manual sobre cómo no inaugurar un puente. El tránsito ya había sido cerrado tras detectar grietas en la estructura y fallas en las pendientes cercanas. Una alerta temprana que, vista ahora, suena más a testigo incómodo que a simple precaución técnica.
Sichuan es tierra de montañas, de fallas geológicas y de memoria sísmica. Allí, en 2008, un terremoto de 7,9 grados demostró que los atajos constructivos tienen consecuencias mortales. Decenas de miles de vidas perdidas siguen siendo recordatorio de que la ingeniería necesita más que discursos épicos para sostenerse.
Pero esta vez, las autoridades locales intentan bajarle el volumen al incidente, describiéndolo como un fenómeno natural aislado. Un relato cómodo, aunque cada grieta detectada y cada deslizamiento registrado duelen como notas al pie que nadie quiere leer.
La pregunta inevitable vuelve a la superficie: ¿qué está pasando con el control de calidad en los colosales proyectos que China levanta para mostrar músculo económico? Porque este colapso llega apenas meses después de que un puente ferroviario en construcción en Qinghai matara a 12 trabajadores en agosto.
El Hongqi, terminado en enero, se había presentado como símbolo de desarrollo para las regiones montañosas pobres. Hoy, su metáfora es otra: la ambición sin pausa puede desplomarse igual de rápido que sus pilares.
Mientras se abre una ruta de desvío y comienza la investigación oficial, el Grupo de Carreteras y Puentes de Sichuan asegura que no hay fecha para reabrir la carretera. Y así, entre polvo, grietas y silencio administrativo, el puente que debía unir el corazón de China con el Tíbet termina uniendo dos certezas: la montaña siempre avisa… y la propaganda, nunca.
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