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El evangelio según la motosierra

El libertario volvió a saborear victoria y promesas cumplidas. El país luce, por fin, un superávit fiscal, las agencias de rating lo aplauden y el FMI bendice los sacrificios con nuevos desembolsos. Argentina parece haber pasado de la resaca al “modelo de exportación” en tiempo récord.

Pero bajo el maquillaje de la estabilidad, el costo social sangra. Con ministerios reducidos a la mitad, hospitales desfinanciados y escuelas con goteras, el ajuste muestra sus cicatrices. Milei jura que todo dolor es pasajero y que el “shock” es la única cura posible para el viejo virus del déficit.

El problema es que el remedio se está quedando sin anestesia. Para sostener el tipo de cambio, el Gobierno quema reservas como si fueran fósforos en un vendaval. Los inversores, olfateando humo, ya prueban la salida de emergencia.

Mientras tanto, la épica libertaria sufre su primera úlcera familiar: la todopoderosa hermana-jefa de gabinete bajo sospecha de corrupción. El presidente, fiel a su libreto, culpa a la “casta resentida” y promete más motosierra “sin favoritismos”.

En Washington, Trump y su socio financiero Scott Bessent corren a asistir al aliado del Cono Sur con un salvavidas de 20 mil millones. Una jugada cara para la Casa Blanca, que ya enfrenta reproches del campo estadounidense: “¿Por qué salvar a quien nos roba la soja?”, mascullan los granjeros del Medio Oeste.

El resultado, sin embargo, tranquilizó a los mercados. El peso rebotó, los bonos escalaron y Milei volvió a subirse al balcón digital con un nuevo mantra: “El despegue comenzó”.

Lo que aún no despega es el bolsillo del ciudadano medio, que paga más por todo y recibe menos de todo. La paciencia pública —ese insumo que no cotiza en Wall Street— podría agotarse antes que las reservas.

En su discurso postelectoral, Milei prometió “consolidar el crecimiento” y buscar pactos con los moderados. Los analistas aplauden el tono, pero dudan del libreto: “Ordenado no es precisamente su estilo”, apuntan desde Londres.

Si de verdad quiere despegar, Milei deberá aprender a soltar la motosierra y pilotar con una brújula menos ideológica y más humana. Porque hasta el viento a favor se agota cuando el capitán confunde el timón con el serrucho.

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