La canción infantil decía: Mambrú se fue a la guerra, qué dolor, qué dolor, qué pena…
Hoy la melodía parece reencarnada en Greta Thunberg, la activista sueca que, a falta de fusil y tambor, comanda una flotilla de barcos rumbo a Gaza cargados con alimentos y suministros.
El viaje no es un cuento:
Ataques con explosivos fueron lanzados sobre los barcos de la organización Global Sumud. Las comunicaciones fueron bloqueadas y, en un toque surrealista, las radios empezaron a transmitir canciones de ABBA a todo volumen. Hubo susto, pero no heridos.
Italia reaccionó primero. El ministro de Defensa, Guido Crosetto, desvió la fragata Fasan desde un ejercicio de la OTAN: “Condena total” de los ataques y promesa de proteger a los ciudadanos italianos embarcados.
Giorgia Meloni, sin perder el paso, calificó la flotilla como un truco político “peligroso e irresponsable”. Para ella, los diputados de la oposición que se embarcaron sólo buscan “crear problemas” a su gobierno, que mantiene firme la negativa a reconocer al Estado palestino.
Horas después, Pedro Sánchez anunció que también enviará un barco español. No sólo por solidaridad política: en la flotilla hay ciudadanos españoles que se consideran blanco de una intimidación internacional.
El guion es cinematográfico: jóvenes europeos navegando bajo velas, explosiones en la noche, una radio pirata que salta con ABBA… y dos fragatas de la OTAN corriendo a escena para escoltar a Greta.
La pregunta infantil resuena hoy con tono adulto: Greta se fue a la guerra… ¿y cómo volverá?
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