El gobierno libertario se obstina en repetir un número de prestidigitación cada vez más gastado: anunciar que tiene el control del dólar. Como en un truco de feria, se agitan las manos, se esconden monedas bajo la mesa, se firman resoluciones a las apuradas… pero cuando el público vuelve a mirar la galera, no aparece el conejo: aparece otro salto del billete verde.
Este viernes, pese a la coreografía de parches —prohibir a los bancos comprar más de lo que tenían el día anterior, restringir, controlar, ajustar— el dólar minorista cerró en $1.360. Había empezado en baja, como para dar un respiro teatral, pero terminó 15 pesos arriba. Un guion ya visto: la ilusión dura lo que un suspiro y la realidad golpea con su propio aplauso.
Mientras tanto, los dólares financieros —MEP y contado con liqui— se arriman sin pudor al mismo techo, y en la Bolsa las acciones caen como si fueran parte de la escenografía en ruinas. El riesgo país, siempre impasible, se acomoda en 837 puntos básicos, como si estuviera de público permanente en la platea alta.
La conclusión es inevitable: las maniobras mileinistas hasta hoy no son política económica sino ilusionismo de varieté. Se despliegan cortinas de humo, se encienden reflectores, se promete la gran función… pero la economía, con un cinismo brutal, baja el telón mostrando lo que es: un truco fallido que deja al espectador con la billetera más flaca y la carcajada menos inocente.
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