
El Congreso arranca sus sesiones extraordinarias con el vértigo de una mudanza mal organizada: cajas apiladas, gritos cruzados y un oficialismo que ahora presume de músculo legislativo después de inflar su bancada como si fuera un globo de feria. La Libertad Avanza estrena su primera minoría en Diputados y casi triplica su presencia en el Senado, un poderío que Milei no tuvo ni en sueños durante su primer año.
El menú viene apretado: Presupuesto, Inocencia Fiscal, Estabilidad Fiscal y Monetaria, reforma del Código Penal, Glaciares y hasta un intento de modernización laboral. Todo junto, todo urgente, todo antes del 30 de diciembre, ese día donde la Argentina suele decretar el apagón cerebral nacional.
La prioridad, dicen, es el Presupuesto 2026. Después de dos años prorrogando números ajenos —como quien vive en la casa del ex sin pagar el alquiler— el Gobierno quiere por fin su propia ley de gastos. Martín Menem tiene la misión de armar comisiones, firmar dictámenes y hacer malabares con los aliados antes de que suene el timbre navideño.
Pero el milagro no sale gratis: Milei necesita 34 votos extra en Diputados, así que deberá seducir a radicales, macristas, federales, provinciales y cualquiera que pase cerca del recinto y levante la mano. Prometerá cajas previsionales, obras en rutas y avales para endeudarse, porque en el fondo todos quieren lo mismo: que la billetera nacional haga un gesto de cariño.
El Presupuesto se vende como un cuentito optimista: crecimiento del 5% del PBI, inflación del 10,1% y un dólar a 1423 en diciembre de 2026. Quienes recuerdan las proyecciones del INDEC durante la Convertibilidad ya sienten un déjà vu. Aun así, el oficialismo muestra el número mágico: un superávit primario de 2,7 billones gracias a una estructura donde el 85% del gasto va a lo social. Social, claro está, en el sentido más elástico del término.
Mientras Diputados cocina los números, el Senado abrirá otro frente de guerra: la reforma laboral. Victoria Villarruel tiene que armar la Comisión de Trabajo y Previsión Social, donde el peronismo y las centrales sindicales ya afilan el serrucho. El Gobierno promete “crear empleo”; los gremios prometen resistencia; la historia argentina promete caos.
Para aprobar la reforma, el oficialismo debe conquistar radicales, macristas y provinciales. Con 20 senadores (19 hasta que jure Fullone), necesita casi la mitad del recinto para no naufragar. Allí también aparecerán los gobernadores, como siempre: listos para apoyar… si antes les depositan algo en la cuenta.
Todo el operativo extraordinario resume la lógica de este segundo capítulo del mileísmo: correr, negociar, presionar y aprobar antes de que la realidad vuelva a patear la puerta. En Argentina las fiestas suelen apagar la política; este año, en cambio, la política llega insistiendo en que falta un trámite urgente.
Un diciembre más. Un presupuesto más. Un déjà vu más.
La diferencia es que esta vez el oficialismo cree que puede ganar la pulseada.
La Argentina, mientras tanto, mira la escena como siempre: con la esperanza apagada y el puchero al fuego.
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