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En Argentina, la madre de la improvisación está siempre encinta

Buenos Aires

Patricia Bullrich dejó el Ministerio de Seguridad con una carta prolija, un agradecimiento solemne y un mensaje en redes que sonó más a ceremonia militar que a renuncia política. El Gobierno lo celebró como un “paso natural”, cuando en realidad fue otra sacudida más en un tablero donde nadie tiene claro quién ocupa qué silla ni por cuánto tiempo.

La exministra enfatizó el “orden recuperado” y la “doctrina aplicada”, como si el país hubiera atravesado un renacimiento institucional durante su gestión. En verdad, su año al frente de Seguridad fue una mezcla de protocolos de hierro, declaraciones de western y un uso del poder que generó más tensión que claridad. Pero en la carta no hubo espacio para dudas ni balances incómodos: solo épica y despedida.

Su renuncia, fijada para el 1° de diciembre, abrió otro agujero en la línea de defensa del Gobierno. Alejandra Monteoliva heredará el ministerio con la misión de sostener una doctrina que, más que orden, funcionó como campaña permanente. No es un traspaso: es un pase de antorcha dentro de un mismo credo.

Bullrich, por su parte, ya se prueba el traje de senadora. Desde el 10 de diciembre promete defender “las reformas que el país necesita” y custodiar la libertad de “los argentinos de bien”, ese eufemismo que cada espacio acomoda a su antojo. En los hechos, será la voz halcón del mileísmo dentro de un Senado que no termina de entender si debe acompañar, corregir o apagar incendios.

Este movimiento, que el oficialismo intenta presentar como pura normalidad republicana, deja al desnudo un problema estructural: el Gobierno improvisa porque no tiene una base política seria. Funciona por impulsos, reacciones rápidas y decisiones que parecen dictadas por la urgencia del día, no por un proyecto estable. Por eso los ministros entran, salen, rotan y se reciclan con la facilidad de las fichas en un tablero sin reglas claras.

La biografía larga de Bullrich —Montonera adolescente, funcionaria de De la Rúa, ministra de Macri, presidenta del PRO, ministra de Milei y ahora senadora libertaria— vuelve a demostrar que en Argentina la identidad política es un traje con cierre lateral: se ajusta, se encoge, se estira y se adapta al capítulo que sigue. No es incoherencia: es supervivencia.

Pero cuando esta gimnasia personal se traslada a la gestión pública, la improvisación se vuelve política de Estado. Y el resultado está a la vista: anuncios que cambian, decisiones que se revierten, funcionarios que duran lo que un hilo de Twitter y una conducción que gobierna más desde la reacción que desde la estrategia.

Bullrich cruzará ahora el Congreso como quien deja un cuartel para dirigir otra batalla. El problema es que el país necesita menos guerreros y más claridad. Menos épica personal y más orden institucional. Menos parches y más planificación.

Porque si algo demuestra este nuevo capítulo es que —como bien sabemos desde hace décadas—

en Argentina, la madre de la improvisación está siempre encinta.

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