Press "Enter" to skip to content

Cristina y la moral: cuando el agua tibia parece lava volcánica

Argentina amaneció con una revelación revolucionaria: la corrupción existe. Sí, existe, y no solo en las zonas oscuras del Estado, sino en las vidrieras parisinas que Cristina fotografiaba para que otro pagara por ella. El artículo de Morales Solá —una suerte de “archivo resucitado”— volvió a encender la pregunta incómoda que todos fingen olvidar: ¿quién mata más, la pobreza o la impunidad?

Que el caso de Fabián Gutiérrez haya sido una novela negra con final mafioso no sorprende a nadie que haya vivido en este país más de veinte minutos. Lo que sorprende es la insistencia de un sector en repetir el mismo libreto: “persecución política”. Parece que en la Argentina del relato, la tortura no es tortura, la plata no es plata y la Justicia solo existe si absuelve.

Tapia, por su parte, decidió aportar su granito de arena para completar el cuadro del derrumbe moral nacional. Inventó campeonatos, repartió premios sin reglamento y disciplinó clubes como si fuera el dueño del potrero más grande del país. AFA S.A., sucursal de la discrecionalidad eterna. Un ecosistema donde la pelota pica, pero los principios no.

El elenco estable de jueces que orbitan alrededor de Tapia también merece un capítulo propio. Algunos tienen la firma temblorosa de tantos años bordando sentencias a medida. La sanción a Verón no fue justicia ni disciplina: fue un mensaje. En la Argentina del poder chico, los símbolos valen más que los reglamentos, y los castigos hablan más que los hechos.

Mientras tanto, Milei navega entre dos mares: el de la revolución monetaria y el de la reconstrucción moral. El primero lo entusiasma. El segundo le incomoda, porque ahí no alcanza con gritar “¡Viva la libertad, carajo!”. Ahí hay que tocar intereses, abrir cajones y desatar nudos que vienen de cuarenta años de decadencia impecablemente organizada.

Macri, que conoce a Milei más de lo que admite, asegura que “a Javier no le importa la plata”. Bien. A su entorno, en cambio, algunos billetes parecen importarles bastante. El desafío de Milei es justamente ése: demostrar que un gobierno liberal puede ser moralmente más limpio que cualquier progresismo de utilería. El mercado resuelve precios, pero no virtudes.

La historia reciente es brutal: en los últimos doce años, la pobreza subió, el salario real cayó y el país se volvió experto en fabricar nuevos pobres para alimentar viejos relatos. Cristina no inventó la corrupción, pero la convirtió en una épica. Y el peronismo, incapaz de jubilarla, sigue aferrado a una sombra que ya no manda pero aún incomoda.

Los empresarios, como siempre, bailaron según la música del poder: algunos dijeron que no y sobrevivieron; otros dijeron que sí y se hicieron millonarios; otros simplemente no tuvieron opción. Pero en todos los casos, la regla fue la misma: la política abre la puerta, el privado empuja. La responsabilidad moral del funcionario, en cambio, es irremplazable.

La misión de Milei, guste o no, ya no es solo económica. Deberá, además, reinstalar un sistema de valores donde robar dejó de ser pecado y pasó a ser, durante décadas, un trámite administrativo. Un país puede soportar inflación, puede soportar crisis, pero no puede soportar que la corrupción se vuelva paisaje.

Argentina vuelve a descubrir el agua tibia. Ojalá esta vez no se queme los dedos.

✍️ © 2025 El Auditor de las Sombras – All Rights Reserved


©️2025 Guzzo Photos & Graphic Publications – All Rights Reserved – Copyright ©️ 2025 SalaStampa.eu, world press service – Guzzo Photos & Graphic Publications – Registro Editori e Stampatori n. 1441 Turin, Italy

* 19 *