Andrés Malamud volvió a explicar la Argentina como quien arma un mapa de SimCity: si el plan de Milei funciona —dice— la gente del Conurbano simplemente hará las valijas, saludará a Doña Rosa y partirá rumbo a Neuquén, como si la vida fuera una excursión al Alto Valle. Un detalle menor: nunca en la historia ocurrió algo así. Pero no importa, porque ahora lo importante es la “desconurbanización”, palabra mágica que promete solucionar todo lo que el Gobierno no puede resolver con políticas concretas.
Según esta teoría, si el Conurbano explota, no es un problema nacional, sino un error de casting: “Eligieron mal al gobernador”. O sea, si el ajuste aprieta, si el salario no alcanza o si el transporte colapsa, la solución es simple: culpe a Kicillof. Y si nadie compra esa explicación, siempre queda el recurso de que Estados Unidos nos sostenga con el “cañón interminable”. Nada puede fallar… salvo todo lo que siempre falla.
Malamud sostiene que Milei podría estar creando un “tipo de cambio de equilibrio” que al fin una lo fiscal con lo social. Raro, porque todavía nadie en la tierra —ni los padres fundadores del monetarismo— logró ese equilibrio estable sin ayuda de un milagro, un boom de soja o un meteorito oportuno. Pero en este relato, el equilibrio aparece mágicamente gracias al éxodo de medio país hacia la cordillera.
El politólogo también asegura que el futuro económico está en el interior productivo, no en el AMBA. Cierto: el país tiene más que ofrecer que la General Paz. Pero una cosa es reconocerlo, y otra vender la fantasía de que vaciar el Conurbano traerá prosperidad automática. ¿Alguien avisó que las escuelas, los hospitales, el transporte y la seguridad no se trasladan con un QR?
Inquieta la ligereza con la que se afirma que sostener a la Argentina depende del humor de Estados Unidos. Y peor aún, del humor de Trump. Confiar nuestro futuro económico a la estabilidad política de un país cuya política se decide en debates donde discuten sobre ovnis y simbolismos místicos es, como mínimo, un acto de fe mística. Milei tal vez crea en la mano invisible del mercado; otros creemos en la mano visible del riesgo.
El análisis se sostiene en un argumento reiterado: “no hay antecedentes históricos”. Claro que no los hay: ningún país serio pudo reorganizar su estructura demográfica por decreto o por inflación. La gente migra por oportunidad real, no por indicación presidencial ni por gráficos de UTDT. Y cuando los gobiernos jugaron a dejar regiones libradas a su suerte, la historia terminó siempre igual: mal.
Malamud describe a un Presidente que aprendió a negociar con gobernadores porque “pendular” no funcionó. En realidad, pendular funcionó demasiado: dejó afuera a trabajadores, jubilados, pymes y a cualquiera que aún crea que un gobierno es más que un algoritmo de ajuste. Ahora se busca estabilidad abrazándose a Santilli y a Washington. Es un giro interesante, aunque un poco tardío para quienes pasaron nueve meses con la soga al cuello.
El cierre es casi poético: el plan puede funcionar si Estados Unidos acompaña, si China no se ofende, si el Conurbano no protesta, si los gobernadores colaboran, si las provincias mineras explotan, si la demografía se comporta, si los dólares llegan, si el Gobierno deja de equivocarse y si todo el contexto mundial permanece amable. En resumen: si todas las condiciones imposibles se alinean como un eclipse perfecto.
Mientras tanto, en la Argentina real, la que paga alquiler, boletos y comida, la teoría sigue siendo una teoría. Y el fuego de la realidad sigue quemando más rápido que las fichas de un politólogo entusiasmado.
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