
El libertario volvió a mirar al cielo, pero esta vez para cerrar la persiana. El Gobierno decidió dejar sin efecto el convenio que permitía la construcción del radiotelescopio argentino-chino CART, en El Leoncito, San Juan, una joya científica que prometía conectar a la Argentina con la red global de observación del espacio.
La decisión cayó como un meteorito en el ámbito científico. El acuerdo, firmado en 2015 entre la Academia de Ciencias de China, la Universidad Nacional de San Juan, el Conicet y el Observatorio Astronómico Félix Aguilar, había vencido en junio y no fue renovado. Ni carta, ni prórroga: simplemente silencio orbital.
La antena de 40 metros de altura —pieza clave de la cooperación tecnológica con Asia— quedó a medio ensamblar, con componentes retenidos en la Aduana argentina. El costo estimado del proyecto rondaba los 350 millones de dólares, pero su valor simbólico era mucho mayor: posicionar a la Argentina en la observación espacial del hemisferio sur.
Desde la Universidad Nacional de San Juan, el malestar fue inmediato. “Era un trabajo cooperativo genuino, fruto de más de 30 años de colaboración científica”, expresaron, recordando que el CART no era un capricho diplomático sino un hito de continuidad entre generaciones de astrónomos.
El Conicet, por su parte, se despegó con una frialdad sideral: no aprobó la renovación del convenio, y con eso bastó para que el proyecto se congele en el vacío burocrático.
La investigadora sanjuanina Carolina Garay, del Conicet, le escribió una carta abierta a Milei reclamando que no se borre del mapa un proyecto “que honra la ciencia nacional”. Pero en la nueva Argentina libertaria, los telescopios también deben rendir cuentas fiscales antes de mirar las estrellas.
Desde la UNSJ aseguran que podrían continuar la obra sin intervención del Estado nacional. “La universidad es un ente autárquico y hará todo lo posible por seguir adelante”, declaró el secretario de Ciencia y Técnica, Pablo Diez, decidido a no dejar que el radar termine oxidado en la base de la montaña.
La paradoja quedó servida: mientras el mundo compite por ver más lejos, la Argentina apaga su antena. Y así, entre recortes y dogmas, el país vuelve a mirar al cielo… pero con los ojos cerrados.
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