Mientras Morales Solá desempolva el prontuario eterno de Cristina, el país vuelve a descubrir —con asombro teatral— que la corrupción no era un mito nórdico, sino una industria nacional. Y que Milei, para horror de sus devotos y detractores, deberá decidir si sigue contando billetes o si empieza a contar valores.


