
En 1985, el país que había vivido bajo el terror militar dio un ejemplo al mundo: el Juicio a las Juntas. Alfonsín puso en marcha una justicia civil que se atrevió a mirar a los ojos del horror y pronunciar condenas. Argentina volvía a respirar derecho, no venganza.
Pero con el paso de las décadas, la balanza de la justicia comenzó a torcerse por el peso de la política. Las causas de lesa humanidad —que deberían haber sido el terreno más sagrado del debido proceso— se transformaron en trincheras ideológicas. La justicia penal se volvió herramienta partidaria y la cuna del Derecho empezó a parecer su propia tumba.
Esta semana, la Corte Suprema recordó algo que debería ser obvio, pero no lo era: que ningún delito, por más aberrante que sea, puede justificar la violación de las garantías procesales. Que la prisión preventiva no es castigo anticipado, sino una medida de excepción. Que sin debido proceso, el Estado se degrada a sí mismo.
El fallo —dividido, pero firme— no absuelve a nadie; exige coherencia. Los ministros Rosatti, Rosenkrantz y los conjueces Sánchez Torres y Tazza marcaron un límite: no hay justicia legítima si el procedimiento se convierte en revancha. Lorenzetti, en minoría, prefirió no intervenir.
El caso de Carlos “El Indio” Castillo, un civil de la CNU detenido hace doce años sin sentencia firme, sirvió de ejemplo: incluso los más aborrecibles tienen derecho a que el Estado respete su propia ley. De lo contrario, el monstruo cambia de rostro, pero no de alma.
La Corte recordó su propio precedente “Acosta”: castigar a los culpables presupone que antes se haya probado la culpa. Extender las prisiones preventivas más allá de los límites legales es, en esencia, una pena encubierta.
Argentina lleva cuarenta años debatiéndose entre la justicia y la política, entre el derecho y la revancha. Hoy, la advertencia del máximo tribunal suena como un eco incómodo: la democracia no se defiende destruyendo sus cimientos.
El Juicio a las Juntas fue la piedra fundacional del “Nunca Más”. Pero si la justicia se politiza hasta el punto de traicionarse a sí misma, el “Nunca Más” puede volverse un “Otra vez”.
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