Mauricio Macri decidió hacer silencio, pero su mutismo habla más que cualquier discurso de Milei en cadena. No se lo ve en actos, no grita “viva la libertad carajo”, y ni siquiera presta la sombra de su apellido para amortiguar los tropezones del Gobierno. Es el viejo truco del político que sabe que el desgaste ajeno también puede rendir dividendos propios.
En el PRO lo traducen sin eufemismos: “Que gobierne Milei, y que pague Milei”. Lo curioso es que el Presidente también parece haber tomado la misma resolución. Su círculo, cada vez más reducido y más devoto a Santiago Caputo, cerró el grifo de los pactos. Las tribus libertarias, dicen en el macrismo, son un cóctel peor que las de Alberto Fernández.
El exmandatario, que hace un año se mostraba como coach honorario del león, ahora mira el show desde el palco del Colón, entre ejecutivos de JP Morgan y diplomáticos con olor a perfume caro. Habla de “modernización”, “inversiones”, “institucionalidad”, pero en voz baja y con micrófono apagado. Traducido al criollo: no quiere quedar pegado a un Titanic con motosierra.
En la Rosada, la designación de Pablo Quirno en Cancillería cayó como una gota de vinagre en el PRO. Es un exfuncionario suyo, sí, pero el mensaje fue otro: Milei no abre la puerta, apenas corre la cortina. Y si Gerardo Werthein saltó por la ventana, fue más por empuje interno que por un viento exterior.
Macri, fiel a su estilo de estratega frío, no se mete en la pelea entre Guillermo Francos y Caputo Santiago. Sabe que en esas guerras de gabinete se define más la supervivencia que la ideología. Pero sus aliados lo dicen sin vueltas: “El mundo Caputo siempre nos cascoteó el rancho”.
El expresidente aguarda el resultado electoral como quien mira el parte meteorológico antes de salir en yate. Si Milei sale fortalecido, habrá brindis y gestos de buena vecindad. Si tropieza, sonará el violín del “te lo dije”. En cualquier caso, Macri no perderá: o vuelve como consejero necesario o como profeta rehabilitado.
Y mientras el país calcula la inflación, el dólar y la paciencia, él sigue practicando su deporte favorito: esperar que el adversario se equivoque solo.
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