Naturalmente, hay quienes en Argentina ven florecer el porvenir detrás de cada bolsa de maní exportada o de cada limón que cruza el Atlántico. Y está bien: el optimismo es un combustible noble, aunque no figura aún entre las reservas energéticas del país.
Pero la realidad —esa señora inflexible que no acepta suposiciones ni rezos— sigue golpeando la puerta del supermercado con inflación, pobreza y un dólar que juega al escondite.
Que seamos “primeros exportadores” de algo no convierte automáticamente al país en una potencia: a veces, solo somos campeones en vender barato lo que otros transforman caro.
Ojalá esas proyecciones de litio, carne y minería sean el futuro que prometen los mensajes fervorosos. Pero mientras tanto, la Argentina sigue siendo ese tango de esperanzas y desencantos, bailado sobre un piso que se mueve al compás del dólar blue.
La fe, dicen, mueve montañas.
El problema es que acá las montañas todavía esperan que les construyan el camino.
El Contradictor – Contando la historia de Italia (y el mundo) de reglas rotas ✝️
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