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Un brindis a la democrática locura

En la Casa Rosada se vive un clima extraño, casi irrespirable. Una mezcla de sospecha, paranoia y resignación. Como resumió con brutal sinceridad un funcionario de pasillo: “Todos fingimos demencia y nos mantenemos como si nada hubiera ocurrido”. El problema es que, mientras algunos practican yoga para autoengañarse, otros reconocen que lo revelado en los audios de Diego Spagnuolo es demasiado concreto como para despacharlo como “ficción política”.

La paradoja es que el Gobierno que se presenta como enemigo del “curro” parece haber incubado debajo de la mesa presidencial la bomba que ahora le estalla en la cara. Un funcionario hablaba de “ochocientos mil dólares” en danza, y el colega que lo escuchaba corrigió con aire contable: “No, se están llevando dos palos”. La escena recuerda más a una tragicomedia de conventillo que a un despacho oficial.

Mientras tanto, la estrategia oficial consiste en admitir los audios pero negar los hechos. Es decir: reconocer la música pero taparse los oídos cuando empieza la letra. De ahí el festival de contradicciones: se monta una mesa de crisis con Caputo, los Menem y los francotiradores mediáticos, pero el resultado es más parecido a un reality show de supervivencia que a una gestión gubernamental.

El caso Spagnuolo ofrece además un repertorio de villanos que parecen salidos de un folletín de Alberto Migré versión política: el esposo traidor (Franco Bimbi), la ex pareja despechada con grabadora en mano, el gurú digital (Cerimedo) y hasta un streaming con aire de conspiración. Lo único que falta es que Netflix pida los derechos para producir “House of Milei”.

El verdadero drama, sin embargo, no está en la telenovela de las filtraciones sino en la interna que divide al elenco libertario. Karina Milei, Santiago Caputo y los Menem ya no disimulan la desconfianza mutua. Y aunque la orden es “no dar el brazo a torcer”, las pruebas internas apuntan a que el escándalo de los audios se usó para tapar otro escándalo, el del fentanilo adulterado. En otras palabras: tapar fuego con fuego.

La paradoja máxima es que Spagnuolo, el supuesto arrepentido, amenaza con convertirse en el gato acorralado que se defiende arañando. Y si canta, no podrá hacerlo sin incriminarse él mismo. El Gobierno, por su parte, busca hundirlo como funcionario infiel, aunque el operativo judicial parece haber dejado más dudas que certezas.

La “democrática locura” es entonces esta: un gobierno que niega lo que admite, que busca responsables en las sombras pero se tropieza con sus propias internas, y que, en vez de ordenar la crisis, la convierte en comedia de enredos. Como diría un filósofo de café: en Argentina la política ya no es el arte de lo posible, sino el arte de lo inverosímil.


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