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🏛️ El matrimonio inesperado: Milei y los radicales

Argentina

En política, como en la vida, hay un principio básico: las alianzas más sorprendentes no nacen del amor, sino de la conveniencia. El caso del radicalismo y el gobierno libertario es ejemplar. Dos corrientes que en teoría se miran con desconfianza —una con larga tradición republicana, la otra con vocación de dinamitarlo todo— han terminado compartiendo la misma mesa.

¿El motivo? Muy sencillo: el oportunismo, ese lubricante universal de la política. El radicalismo, siempre presente en la historia argentina pero con dificultades para imponerse solo, encontró en Javier Milei una plataforma para no quedar relegado al papel de comentarista. Milei, por su parte, descubrió en algunos radicales un aporte clave de experiencia institucional y territorial que a su movimiento le faltaba. Un intercambio práctico: yo te presto aire fresco, vos me das oxígeno político.

Claro que nadie debe engañarse. Este no es un matrimonio por amor ni por afinidad ideológica. Es más bien un “contrato de alquiler con opción a prórroga”: cada parte sabe que el otro le resulta incómodo, pero más incómodo sería volver a quedarse solo en la intemperie.

El radicalismo trae en su ADN una cultura de partido, de comités y asambleas, donde las decisiones se discuten hasta la madrugada. Milei representa lo contrario: un liderazgo vertical, personalísimo, donde el comité se reduce a una mesa de televisión. Difícil imaginar que convivan mucho tiempo sin que alguien derrame café sobre los papeles.

La foto de hoy, sin embargo, es útil para ambos. Los radicales recuperan visibilidad y espacios de poder; Milei muestra que puede ampliar su base más allá del círculo libertario. El problema será mañana, cuando los intereses de cada facción empiecen a tirar en direcciones distintas.

La conclusión es sencilla: lo que se presenta como alianza es, en realidad, un acuerdo circunstancial. Dos barcos que, en plena tormenta, han decidido navegar juntos hasta que el mar se calme. Después, cada uno volverá a su puerto. Y lo más probable es que, al mirarse a la distancia, no se reconozcan como compañeros de viaje, sino apenas como vecinos de naufragio.

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