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🧭 ¿Qué dirá la Historia?

ElCanillita.info
Argentina, 06/07/2025

Redacción internacional, con asistencia del Laboratorio de Realismo Callejero

“Un loco puede liderar una revolución, pero para gobernar necesita la paciencia de un ajedrecista y la astucia de un vendedor de espejos. Hoy, ni una ni otra.”

El reciente editorial de La Nación expone, con diplomacia afilada, el núcleo tóxico del discurso presidencial argentino. La escalada verbal de Javier Milei —donde no hay adversarios sino enemigos, no hay diálogo sino exorcismo— comienza a traducirse en hechos: aislamiento político, ruptura con aliados y autoboicot institucional.

Como si la historia argentina no hubiera dejado suficientes alertas sobre los riesgos del mesianismo y el encierro ideológico, el Presidente parece convencido de que gobernar es incendiar puentes para luego culpar a los náufragos.

La frase “infectados con parásitos mentales”, dirigida a quienes piensan distinto, marca un umbral: la palabra como plaga. Y si la palabra es plaga, la política ya no es negociación sino plomo.

Detrás de cada insulto, detrás del deseo de ver periodistas azotados por las plagas bíblicas, se esconde un método: el desprecio como política de Estado.

Pero como advierte el artículo, la respuesta institucional —aunque fragmentada— empieza a aparecer. Veinticuatro gobernadores (de todos los colores) se unieron por una razón simple: el ajuste unilateral los empujó al borde del colapso. Los que ayer toleraban, hoy repelen. Los que callaban, ahora legislan en defensa propia.

Y como en toda tragicomedia criolla, también hay un componente familiar: Karina Milei, escudera incansable y arquitecta de pactos internos, redobla la apuesta amenazando a quienes osen disentir. Donde Milei fulmina con el verbo, Karina ajusta con la lapicera.

La historia ya ha conocido profetas incendiarios que confundieron el delirio con doctrina y la épica con administración. El riesgo no es solo para el Congreso ni para los gobernadores: el riesgo es que el país entero quede atrapado entre el culto al insulto y la parálisis institucional.

Por eso, no es absurdo preguntarse:

¿Qué dirá la Historia?
¿Que ningún cuerdo lo quiso, por no comprender su locura?
¿O que todos callaron hasta que fue demasiado tarde?


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