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Islas Chagos, 23/05/2025
En medio del océano Índico, a medio camino entre África y Asia, se encuentra uno de los capítulos más olvidados —y más dolorosamente vigentes— del colonialismo moderno: las Islas Chagos.
Pertenecientes al archipiélago británico del Índico, las Chagos fueron separadas a la fuerza de Mauricio en 1965 por el Reino Unido, en una maniobra que violaba la resolución de descolonización de la ONU. A partir de allí comenzó una operación sistemática: los cerca de 2.000 chagosianos que habitaban estas islas fueron expulsados entre 1968 y 1973 y enviados a Mauricio y Seychelles. El motivo: construir una base militar en Diego García, la isla principal, en acuerdo con Estados Unidos.
La base —una de las más estratégicas del planeta— fue utilizada para operaciones en Irak, Afganistán y misiones encubiertas. Todo esto sobre el suelo de un territorio robado, desalojado y mantenido como un enclave extraterritorial al margen del derecho internacional.
En 2019, la Corte Internacional de Justicia dictaminó que la separación fue ilegal y que el Reino Unido debía devolver las islas a Mauricio. Pero Londres, en lugar de cumplir con la sentencia, prefirió pagar por no devolverlas. Así, en un giro más propio de una casa de subastas que de la diplomacia internacional, firmó un acuerdo millonario con el gobierno mauriciano para mantener el uso militar del archipiélago… con promesas de desarrollo económico y alguna que otra palmadita geopolítica.
Y esta semana, la cifra salió a la luz: el acuerdo impulsado por el Primer Ministro británico Sir Keir Starmer podría costar al Reino Unido hasta 30 mil millones de euros. Oficialmente, se habla de un alquiler anual de 101 millones, por un total de 3.400 millones en 99 años. Pero los analistas calculan que, sumando inflación y “proyectos de desarrollo”, el monto real superará los 30.000 millones de euros.
Todo esto para sostener una base en una isla donde no vive nadie, porque a sus habitantes se los echó hace más de 50 años. Y donde ahora, para lanzar un ataque militar desde Diego García, el Reino Unido deberá pedir permiso… a Mauricio.
Los críticos señalan el riesgo: Mauricio mantiene lazos estratégicos con China y Rusia. Es decir, Londres mantiene una base de la OTAN en un territorio que —en términos legales y ahora financieros— ya no le pertenece del todo. La herencia imperial se transforma, finalmente, en alquiler imperial.
Hoy, los descendientes de los chagosianos exiliados siguen reclamando el derecho a volver. Pero Diego García continúa siendo una base cerrada, una isla enjaulada por las reglas de la OTAN, y un símbolo de cómo el poder puede armarse de leyes, billetes y excusas para disimular la injusticia más básica: la de borrar a un pueblo del mapa y luego pagar por el silencio.
Como diría Don Brexitino: esto no es solo historia. Es presente, y se factura en euros.
©2025 Don Brexitino – pasaporte en el bolsillo y miles de crónicas en la libreta de apuntes
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