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Argentina,22/05/2025
El presidente Javier Milei volvió a sorprender —aunque ya no sorprende— con una de esas frases que parecen salidas de un laboratorio de Twitter:
“Se les pasó la mano en atacar a la familia, a las dos vidas, y ahora estamos pagándolo con caídas en la tasa de natalidad”, dijo en el AmCham Summit, frente a la Cámara de Comercio de EE.UU. en Buenos Aires.
Sí, leyó bien. Para Milei, la baja natalidad en Argentina no se debe a la inflación, al desempleo, al alquiler imposible ni a la falta de futuro, sino… al aborto legal.
Con el aplomo de quien descubre una conspiración uterina a escala nacional, el Presidente lanzó esa perla sin pestañear. Como si la matriz de las mujeres argentinas fueran una célula marxista infiltrada por el progresismo global, decidida a no reproducir más ciudadanos libertarios. Como si la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), sancionada en 2020 después de décadas de lucha, fuera la culpable de que miles de jóvenes hoy no quieran, no puedan o no se animen a tener hijos.
Pero vamos a los hechos, no a las fábulas.
El mundo entero tiene menos hijos
Japón, Alemania, Corea del Sur, Italia, España, Canadá… países donde el aborto es legal —o no lo es— y todos muestran una baja sistemática en la tasa de natalidad. El fenómeno no se llama “aborto legal”, sino cambio social, económico y cultural.
Tener hijos se volvió un lujo. O una temeridad. O ambas cosas. ¿Quién en su sano juicio se lanza hoy a la aventura de la maternidad o la paternidad con sueldos que no alcanzan, alquileres que se comen el salario y un sistema de salud que cruje?
Pero Milei, en vez de mirar el cuadro completo, elige mirar el útero, como si allí estuviera el enemigo. Porque es más fácil culpar a una ley que revisar el modelo económico que uno impone. Es más cómodo castigar decisiones personales que asumir responsabilidades estructurales.
¿Y la familia?
Habla de “ataques a la familia”, pero bajo su gobierno los presupuestos para educación, salud, planes materno-infantiles y políticas de cuidado fueron recortados o dinamitados. ¿Qué familia se fortalece así?
¿Qué clase de defensa de “las dos vidas” puede hacer un gobierno que no garantiza ni una con condiciones dignas?
Conclusión:
La caída de la natalidad no es el resultado de una guerra cultural, sino de un contexto real donde la vida cotidiana se ha vuelto invivible. El problema no está en una matriz, sino en la cabeza: la del presidente, que sigue creyendo que gobernar es arengar desde un púlpito de likes.
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