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Roma, 20/05/2025
Se fue Nino Benvenuti. A los 87 años, en su casa de Roma, dejó esta vida uno de los boxeadores más elegantes que haya dado el deporte italiano. No hubo drama ni estridencia. Como en sus mejores noches de combate, cerró la jornada con la dignidad de quien sabe que cumplió —y con creces— su misión.
Nacido Giovanni Benvenuti en 1938, en Isola d’Istria (entonces Italia, hoy Eslovenia), el joven Nino se abrió paso entre las cuerdas con más estilo que furia. Fue oro olímpico en Roma 1960, campeón del mundo en dos categorías —superwélter y mediano—, y dueño de una técnica que hacía del boxeo un arte coreografiado. Como buen artista, siempre supo cuándo atacar y cuándo dar un paso atrás. Y también cuándo retirarse.
Su trilogía con Emile Griffith es aún materia obligada para quienes aman el noble arte. Su caída ante Carlos Monzón, en 1970, marcó el final de su carrera profesional, pero no de su presencia pública: cine, televisión, comentarios deportivos, un paso por la política y siempre, siempre, una sonrisa educada bajo la nariz recta del campeón.
Benvenuti no necesitó estridencias para ser grande. Lo suyo fue la elegancia sin exceso. El talento sin alarde. La fuerza con moderación. Una clase que sobrevivió al paso de los años y a la moda de los bravucones sin poesía.
Hoy Italia lo despide con el respeto reservado a los que no se rinden ni siquiera ante la vida. Nino se va como vivió: erguido, con los guantes puestos, saludando al público sin perder jamás la guardia ni la compostura.
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